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martes, 13 de diciembre de 2016

Quinientas vidas.

Duraron, como dice el maestro, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, pero a ella no le dio por reír, ni a él tampoco. Qué whisky el de aquel agosto y qué vaso tan lleno de lágrimas tuvieron que beberse después. 

Él la quería y ella le quería a él. Pero qué digo querer, era mucho más que eso. Se volvieron locos, como loca se volvió la vida que compartieron aquel verano. Como locas las tormentas que se formaban cuando había un malentendido, y loca también su cama echándole de menos cuando comprendió que no iba a volver. Es cierto, nunca volvió, nunca corrió por la calle cuando se cruzaron y le agarró del brazo para pedirle que volviera. No, nunca pasó. Porque siempre supieron que llevaban la fecha de caducidad tatuada en el destino, el mismo destino caprichoso que les pisó los talones hasta juntarles y puso del revés sus vidas una y otra vez. 
. Y a "sus atardeceres rojos se acostumbraron sus ojos", que ya no sabían ver el sol más allá de su espalda. Ellos fueron lo que fueron porque eran quienes eran, y forzar aquella historia sólo habría servido para destrozarla, para hacerse daño. Ahora lo saben, nunca hubieran sido la pareja perfecta, ni habrían encontrado la calma juntos, que va. Lo suyo fue vida y la agotaron hasta la muerte de aquel verano que llegó a su fin con tardes cada día más cortas y árboles cada vez más desnudos. Y así, con cuanta más frecuencia se desnudaban, más disminuía el sabor de la tranquilidad. Este invierno él ha probado el sabor de otras pieles en las que ha encontrado el éxtasis, y ella ha volcado sus ilusiones en rincones de su vida que no había barrido desde aquel verano. Ellos, de sonrisas limpias, relucientes, jodidamente jóvenes y bellos, en la vorágine de una vida llena de éxitos, recuerdan que le deben un favor al mes de agosto, arrancan otra página del calendario, y aprietan los dientes, porque aunque ya van más de quinientas noches al olvido se le ha olvidado visitarles.


- Foto de Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat. Por ser la inspiración a la música, a la vida y al amor, que todo poeta ha necesitado alguna vez.


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