Mira,
yo crecí pensando que el amor era como una inversión en la que tú dabas lo
mejor de ti, y a cambio, con el tiempo, recibías los intereses en dosis de
tranquilidad, apoyo y calma. O sea, crecí creyendo que lo principal era el
tiempo que compartías con esa persona y las experiencias que os unían. Y que
cuantos más momentos juntos, cuantos más viajes, más noches de vigilia, más fotos antiguas y más
personas en común conocierais, más grande sería ese amor. Por eso después
llegaban las bodas, los hijos, las hipotecas, los planes de pensiones y hasta
los esperados viajes del imserso. Pasaron los años, y a los veintitantos
todavía no había conocido a nadie con quien me apeteciera, ni siquiera,
compartir un triste alquiler. Todos mis proyectos de futuro hablaban de mí
misma realizando los sueños por los que siempre luché. Me volví autosuficiente,
independiente y una mujer extraordinariamente realizada, que conseguía
cualquier propósito. Pero el príncipe de la hipoteca y los proyectos en común no
llegaba por ninguna parte, por mucho que algunos me ofrecieran desde el
principio un castillo en el que yo siempre me sentía encerrada, víctima de un
cuento que ya había dejado de creerme a los veinticinco.
Hasta que llegaste tú, que tienes de caballero lo mismo que yo de princesa, que jamás me hablaste de historias azules, pero me llenaste el cuerpo de besos de todos los colores. Mira yo no sé si mi forma de enamorarme es errónea, si hago bien o mal en renunciar a las inversiones de futuro por alguien a quien todos los presentes le caben en las dos mismas manos con que me acaricia, lo que sí sé es que cuando tú me miras y me sonríes yo siento que nadie ha escrito una definición más precisa de amor que tu risa. Lo que pasa, es que cuando desheché la idea infantil de amor que tenía en mi cabeza, dejé de buscar a alguien que me llenara de rutinas vacías de emoción. Entonces apareciste tú y ya no quise estar con nadie más. Nunca. Porque me enseñaste que el tiempo no medía los sentimientos, que tú y yo en dos horas construimos un para siempre, en cuatro miradas descubrimos todos los miedos que escondían nuestros ojos y en siete besos estábamos derrochando toda la felicidad que nos cabía en el cuerpo entre abrazos cálidos y sonrisas compartidas. No hubo unas manos que supieran ser tan precisas para aliviar la tensión de mis hombros, no hubo unos besos que abrieran tan de golpe las puertas del paraíso, ni unos ojos en los que yo fuera capaz de hacer tantos viajes a la luna. No soy la típica mujer romántica, de hecho me cuesta horrores decir un simple 'te quiero', pero es que hay veces que con sólo sentirte cerca creo que el corazón se me va a salir por la boca. Puede que sea una historia de mucho tiempo, pero de pocos viajes, amigos en común y despertares juntos. Pero no dudes que mi amor representa la pureza de quien cambiaría cualquier bien por proteger la sonrisa del ser amado. No dudes que te quiero, porque hace mucho tiempo que no sé hacer nada sin acordarme de ti, sin pensar que juntos somos mejores y que mi proyecto es quererte ahora, en presente, ser feliz entre tus brazos y confirmarte una y otra vez que encontrarnos fue la casualidad a la que más suerte le cabía del mundo. Ahora lo sé, el amor es un abrazo de reencuentro, un olor que conviertes en patria, una sonrisa cómplice, un susurro en la oreja, una caricia en la cintura y la sensación de euforia más bonita del mundo.
El amor eres tú, me sobran los proyectos.