Léeme:

Siguenos en Blogger Siguenos en Facebook Síguenos en Twitter

lunes, 5 de octubre de 2015

El amor debe ser algo así como tú.

Siempre he pensado que el amor debe ser algo así como que vengan a leerte a la cama. O a recogerte al trabajo. Algo como poder estar sola sintiéndote acompañada y disfrutar de la independencia adorando el compromiso. Siempre he creído, y ahora estoy segura, de que nunca podría enamorarme de alguien a quien no admirara. Uno de esos hombres que dice mucho sin apenas abrir la boca, que no se esfuerza por demostrar ser quien es, porque él ya lo sabe. Debe ser un amor tan pasional como intelectual. Un amor hecho de compartir momentos sencillos, pero a la vez llenos de magia. Un amor de miércoles o de domingo por la tarde. Un amor que me inspire para escribir, que me distraiga y me sonroje. Siempre he pensado que el amor debe encontrarse en alguien que te sujeta el paraguas y te tapa, porque prefiere mojarse él a pensar que tú puedas enfermar. Un amor de mensajes a altas horas de la madrugada, de frases directas sin estrategias para llevarte a la cama. Un amor que quiera acostarse contigo, pero también amanecer junto a ti. Un amor al que no le asuste la rutina del invierno, ni la locura del verano, ni el resto de personas que puedas conocer, que confíe en todo lo que os une. Quizás no soy común y quizá mis palabras tampoco lo sean, pero es que a mí la luz de luna, los pétalos de rosa en la bañera, los bombones en San Valentín y las protocolarias visitas familiares empezaron a sobrarme hace mucho tiempo, y eso que nunca las he tenido. Yo me quedo con tu cara de sueño para llenarla de besos, con nuestros problemas de media noche para escucharnos, con nuestra libertad para ampliarla. Me quedo con la cultura y la inteligencia de ambos para completarnos, con tu abrigo en las noches frías y con tu risa en las mañanas tristes. Que sí, que elijo la sencillez, la espontaneidad, la rebeldía, e incluso la chulería a deshoras. Un amor natural y casual, como nosotros.
Siempre he pensado que el amor debe ser algo así como tú.


martes, 4 de agosto de 2015

Carnavales.

Hoy he sacado de la caja el disfraz que llevaba la noche que nos conocimos. Parece mentira que después de tantos meses, tantos besos, tantos abrazos y tantas lágrimas, aún no hayamos conseguido quitarnos las máscaras de aquella fiesta. Han hecho falta más de cien discusiones, con sus correspondientes reconciliaciones, para sacar el lado más real de nosotros mismos. Ha hecho falta que me secaras las lágrimas y besaras mis heridas para comprender la intensidad de un amor que me estaba apagando la alegría.
Bueno, a lo que iba, he abierto la caja, y allí estaba ese vestido rosa, tan lleno de arrugas como lo está ahora tu recuerdo, como si en cada una de ellas fuera implícita la lejanía que ahora nos separa. He observado las manchas de carmín fucsia de las mangas, y he recordado tu enfado cuando comprobaste que tu disfraz estaba lleno de mis besos. Pero acabaste riéndote. De eso, y de todas mis ocurrencias. De que no pudiera contenerme para abrazarte, de que me encantara peinarte el pelo, de que todos tus defectos me parecieran atractivos. Acabaste riéndote de ser conmigo un novato, de que tus experiencias no sirvieran para hacer frente a una situación que superaba tus expectativas. Y luego me abrazaste fuerte, con el miedo que tiene la gente que no se atreve a comprometerse, con los celos clavados en el pecho y el incesante deseo de saber más de mí.
Y esa noche los callejones volvieron a ser ciegos, sordos y mudos, se convirtieron de nuevo en escenario y cómplice de un amor privilegiado y fugaz. Fugaz. Todo lo fugaz que puede ser un año en el que ni sí ni no, ni te quiero ni te odio, ni me quedo ni te echo. Y los Carnavales, fueron más que ningún otro año, la fiesta de la carne y el pecado. Nosotros, más paganos que nunca, incendiamos aquella fría noche de febrero. Cuando el amanecer nos asaltó, no quisimos despertar, y las lágrimas volvieron a escurrirse, involuntarias, al darnos cuenta de que hay que vivir sin disfraces, de cara, sin miedos, con calma.
Y, aunque sepa que voy a quererte siempre, con tu cara y tu cruz, con cualquier ropa, -pero más desnudo-, con mentiras incluidas, con todos tus miedos, con tu pelo alborotado y tus infinitos silencios, hoy sé que no volvería a disfrazarme para alguien que después no va a quedarse a curar las cicatrices que se esconden bajo este vestido.
He cerrado la caja, he dejado que el tiempo siga llenando tu recuerdo de polvo y arrugas. Y me he dispuesto a ser feliz, sin ti.


viernes, 31 de julio de 2015

Sueño.

A veces sueño con tener un hijo. Comprarle una camiseta de The Beatles y enseñarle el "Imagine all the people living life in peace" desde que tenga uso de razón. Llevarle a pasear al parque y explicarle que todos los niños son igual de válidos que él. Impulsarle a conseguir sus sueños, desde la construcción de un enorme castillo de arena, hasta las pretensiones más fantasiosas de un adolescente. Sueño con tener un hijo y darle hermanos para que aprenda a ceder en beneficio de los demás. Quiero enseñarle a decir que no, el derecho a negarse a todo aquello que le hace daño. Quererle desmesuradamente para que él se quiera a sí mismo también. Bromear con sus defectos, y con los míos, y normalizarlos hasta que desaparezcan los complejos. Sueño con tener un hijo y respetar sus decisiones, sus gustos, sus manías, aprender que no es una continuación de mí misma, si no una persona completa. Sentirme orgullosa de sus triunfos y llorar junto a él sus fracasos. Sueño con tener un hijo que adore la vida y el mundo tanto como lo hago yo, que tolere la diversidad, que ayude a los demás y que se arriesgue por lo que desea. Sueño con tener un hijo que viva sin miedo, que no sea un mero espectador, si no el protagonista de su propia vida.



miércoles, 29 de julio de 2015

Estoy, que es lo que cuenta.

Estoy cansada de soñar contigo,
de levantarme sin ti cuando aún no ha amanecido
y de desayunar café y ausencia.

Estoy enfadada por las respuestas que me debes
a las preguntas que yo nunca me atreví a hacer
sobre una vida que a los dos nos acojona.

Estoy harta de todas las veces que te vas sin irte
de todas las puertas que cierras
y de todas las ventanas que abren tus ojos.

Estoy decepcionada por eso de que tu orgullo gane a tus ganas,
por aquello de que la felicidad nunca te es suficiente,
y por la negra bandera de tu barato conformismo.

Estoy triste por todos los miedos que me gustaría borrarte
por todos los besos desperdiciados
y por los abrazos en los que sigues sintiéndote solo.

Estoy muerta de miedo por tanta incomprensión
porque no entiendo cómo has provocado tanto en tan poco
cómo me has hecho tan feliz con tan poco.



lunes, 27 de julio de 2015

La soberbia.

Algunos dicen que su peor defecto es la soberbia. 
Lo dicen porque sonríe mientras baila, porque es feliz casi en cualquier parte, porque se quiere y se aleja de los que no lo hacen. La llaman soberbia cuando lo que quieren es expresar la envidia que les produce tanto desparpajo. Hace mucho tiempo que comprendió que si confiaba en cuatro personas, iban a fallarle ocho. Que cuando abrazara con los ojos cerrados no podría ver los miles de ojos que la observan. Que sus decisiones iban a ser siempre cuestionadas por un grupo de personas que jamás se atreverían a andar su mismo camino. Que nunca iba a ser suficientemente guapa para algunos ni tan formal como otros querrían. Comprendió también que los besos que mejor saben son los que se dan con rabia y que no tiene dueño, precisamente, para no preocuparse de compromisos ajenos. Que la palabra libertad es el gran amor de su vida y que está dispuesta a dar todas las explicaciones que hagan falta siempre y cuando no la hayan sentenciado antes de pedirlas. Sabe que ha cometido casi más errores que aciertos y que jamás quiere olvidarse ni de unos ni de otros. Que ha amado hasta romperse, pero no tiene que reprocharse haberse retirado antes de intentarlo. Que hay muy pocas personas que no juzguen el trasfondo de sus actos, pero que son las únicas que realmente la quieren. Que sólo la conocen los que entienden el origen de sus defectos y son capaces de lidiar con ellos. Ella sabe que siempre habrá quien la juzgue por ser feliz, y hace mucho tiempo que dejó de importarle. Se siente libre para organizar su vida, responsable para asumir las consecuencias de sus actos, y decidida a no tolerar ningún reproche que no le corresponda. Por eso, ella sigue amando con todo el alma, abrazando con los ojos cerrados y el alma llena, besando con rabia y pasión y bailando con la sonrisa puesta. Por eso, ella sigue decidiendo su camino, sigue caminando con la mirada al frente, sigue confiando en los que quiere y sigue asumiendo que ser juzgada es el peso que tienes que pagar por ser tú mismo.