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jueves, 20 de julio de 2017

Y no se me pasó.

¿Cómo puede echarse de menos lo que nunca se ha tenido? Fácil, yo te echo de menos porque jamás te eché de más mientras estabas, y sin embargo, tampoco nunca quise tenerte. Qué detestable me ha parecido siempre esa concepción de propiedad hacia las personas, hacia lo que otros son y la forma en que otros desean vivir. Pero no, yo nunca quise tenerte; yo sólo quería que tú fueras como eres. Y mira que eso me hacía cargar con defectos a veces desesperantes y con dificultades novedosas, pero, contradictoriamente, hasta eso me gustaba. Quería que me hablaras de sueños y de pasiones, de desvelos y preocupaciones, de curiosidades y metas. Quería beber de la fuente de todo aquello que sabes, beneficiarme de tu curiosidad para saciar la mía, aprovecharme del tiempo que tú habías invertido en entender cosas sobre las que a mí no me daba tiempo a reparar. Quería quedarme a conocer lo malo con la valentía de quien tiene tantas heridas que ya no teme las ajenas. Yo no quería coser tus cicatrices ni taponar tu dolor para que dejara de sangrar, porque también respeto que esa parcela de intimidad es sólo tuya. Y te aseguro que de la misma manera que pido que no dirijan mis tristezas y mis ausencias, me levanto cada mañana con la intención de respetar las del resto.
No fue por ti, de verdad. Me fui porque yo, que tantas cosas quería contigo y que tanto me quiero a mí, estaba empezando a perderme sin querencia tuya. No me malinterpretes, créeme que valoro con melancolía todo lo que me ofrecías, pero una noche me asaltó el temor que no esperaba volver a tener, (que en realidad nunca tuve porque siempre fui imprudente hasta que empecé a quererme) y creí que era posible que me volviera a perder en las palabras de alguien que en realidad no iba a estar nunca, en los ojos o en la sonrisa efímera de una quimera.
Veréis, yo le dije “ya se me pasará” a alguien con quien quería que pasara todo. “Ya se me pasará” como si los sentimientos fueran el azucarillo disuelto en el café de la mañana, como si no hubiera abierto ya una brecha emocional al contarle cosas que siempre me costó contar, y hacerlo, además, sin dificultad alguna. Y pasaron los días y él no se pasó de largo. Y pasaron otras cosas como la rutina, el agobio, las carcajadas, las ilusiones y los planes. Y pasaron sus recuerdos y desaparecieron los de otros; apareció la melancolía y me pilló trabajando y yo le sonreí soberbia como si hubiera ganado algo al perderle. Como si hubiera pasado él cuando sólo pasaba el tiempo. Quiero gritar y ni siquiera le hablo, pero tampoco el silencio hace que se pase.
No sé a quién le escribo, pero hacía mucho que no escribía tan de verdad. Lo que sí sé, con toda certeza, es que esta vez no le escribo a confusión alguna, ni a dependencias, ni a necesidades, ni a temores o añoranzas vacías. Ni le escribo a lo que tardó tanto en llegar pero duró tan poco, a la frustración o a la rabia. No, porque esta vez yo no buscaba que pasara ni buscaba encontrarlo en él. Quizá justamente dejar de buscarlo es siempre el único motivo de que ocurra. Hoy le escribo a lo que hace mucho tiempo no me pasaba y ahora que ha pasado no termina de pasarse del todo.  Puedo asegurar que es un momento, una chispa que desata un sentimiento, un temblor irracional y un cosquilleo inexplicable, una conexión que escapa a la lógica. Sin más, pasa. 
Me fui demasiado pronto para remediar lo irremediable y evitar que apareciera esa incertidumbre que siempre me ahoga, pero nunca terminé de irme.
Que sigo aquí, sin esperas ni pausas, con deseos y ganas. Que sigo riendo, llorando, bailando, leyendo y escribiendo, y que sólo querría, por unos instantes, poder contárselo como si nada hubiera pasado. Como si mi forma de sentir no se hubiera pasado. 


lunes, 10 de julio de 2017

Tú, que va por ti.

Ya se sabe que cuando menos te lo esperas va la vida y te sorprende. Que no hay ciencia más exacta, y a la vez más incierta, que la del amor. Que te tiras años esperando a que llame a tu puerta la persona amada y al final, asoma por la ventana quien menos te podrías imaginar. En el momento justo, en ese en el que ya habías tirado la toalla o te la habías puesto a modo de capa de invisibilidad para no dejar que nadie volviera a conquistarte para luego hacerte daño. Que de repente te ves a ti misma llorando, pero de la alegría. Renegando de aquella mujer temerosa que se había negado para siempre al amor, confesando entre copas a tus amigas que, sin saber cómo ni porqué, ha vuelto a pasar. Y te ves corriendo a mirar el móvil para leer un mensaje inesperado, dedicando miradas cómplices a unos ojos hasta hace poco desconocidos, sonriendo en mitad de la madrugada, perdiendo el sentido de las horas y dirigiendo tú las manecillas del reloj de tu propia vida. Un día llega alguien que merece la alegría y consigue que todos tus escudos se escurran por la alcantarilla de la felicidad. Porque él no es igual a aquel que te hizo daño, es justamente lo contario a todos los anteriores, ya sabes, es más sonrisas y menos pena. Y, sobre todo, lo mejor, es que no tienes que compararle con nadie, porque de repente, de golpe y plumazo, dejan de existir los demás. Las heridas se convierten en cicatrices, los complejos en besos y la cobardía en ilusión. Y lo que tenga que pasar después que pase, pero que este ratito de dicha ya es sólo tuyo, entero para ti. Que la vida es efímera y mejor llenarla de recuerdos bonitos y de personas buenas, que mejor cumplir experiencias y no solo años.


Ya ves, un día de repente te pasa a ti. Tú que creías que esta vaina ya no bailaba contigo, tú que eras sumamente feliz sola, que no querías ni escuchar canciones de amor, tú que tenías miedo al compromiso y lo negabas entre risas. Tú, si tú, te está pasando el amor y esta vez no es de largo, esta vez se queda a tu lado. ¿Y sabes qué? Esto no es algo excepcional, esto te pasa porque te lo mereces, porque debía haber un premio con tu nombre que te hiciera olvidar los malos ratos, porque ahora sí te quieres lo suficiente para conocer tus límites y ampliar tu libertad de la mano de alguien que te enseñe a volar. Tú, no mires para otro lado, que esto va por ti. Hazme un favor, disfrútalo. Sonríe. Y no olvides nunca que los sueños pueden convertirse en realidad.


sábado, 1 de julio de 2017

Amor de colores.

Viva el amor libre.
Viva el amor a la vida, a la diversidad, al respeto y a la libertad de elegir siempre y en todo momento. Que vivan los abrazos entre amigos, los besos entre enamorados y la sonrisa cómplice entre amantes. Que viva la emoción de esta celebración necesaria por su significado, la unión por una causa justa y digna. Que sirva como protesta en nombre de todos los que a día de hoy, en pleno siglo XXI, siguen oprimidos y sin poder vivir en absoluta armonía por discriminaciones injustas, absurdas e indignas.
Este espacio se creo con la intención de exprimir cada gota de amor que desborda el cuerpo y el alma de su autora. Con la finalidad de manifestar libremente el amor que yo veo en cada detalle y gesto de vida. Por eso, desde aquí, con más de 65.000 seguidores, no puedo dejar pasar la oportunidad de reivindicar hoy mi deseo de que esta sociedad camine siempre hacia el amor y la tolerancia. El amor es siempre un milagro y un triunfo, y no daña a nadie cuando sus propios protagonistas se eligen de una forma libre y sana.
Hoy me siento orgullosa de un Madrid que retumba bajo los pasos de miles de personas celebrando el día de la tolerancia, el respeto y la diversidad. El día del orgullo de amar. El día de todos los orgullos, seas como seas, quieras a quien quieras, te atraiga quien te atraiga. Gracias Madrid por esta demostración de madurez social, ojalá se cumpla todos los días del año y consigamos juntos eliminar todos los prejuicios.
Ojalá se ame de tantos colores diferentes que desaparezca para siempre el color del odio.