¿Cómo
puede echarse de menos lo que nunca se ha tenido? Fácil, yo te echo de menos
porque jamás te eché de más mientras estabas, y sin embargo, tampoco nunca
quise tenerte. Qué detestable me ha parecido siempre esa concepción de
propiedad hacia las personas, hacia lo que otros son y la forma en que otros
desean vivir. Pero no, yo nunca quise tenerte; yo sólo quería que tú fueras
como eres. Y mira que eso me hacía cargar con defectos a veces desesperantes y
con dificultades novedosas, pero, contradictoriamente, hasta eso me gustaba. Quería
que me hablaras de sueños y de pasiones, de desvelos y preocupaciones, de
curiosidades y metas. Quería beber de la fuente de todo aquello que sabes,
beneficiarme de tu curiosidad para saciar la mía, aprovecharme del tiempo que
tú habías invertido en entender cosas sobre las que a mí no me daba tiempo a
reparar. Quería quedarme a conocer lo malo con la valentía de quien tiene
tantas heridas que ya no teme las ajenas. Yo no quería coser tus cicatrices ni
taponar tu dolor para que dejara de sangrar, porque también respeto que esa
parcela de intimidad es sólo tuya. Y te aseguro que de la misma manera que pido
que no dirijan mis tristezas y mis ausencias, me levanto cada mañana con la
intención de respetar las del resto.
No fue
por ti, de verdad. Me fui porque yo, que tantas cosas quería contigo y que
tanto me quiero a mí, estaba empezando a perderme sin querencia tuya. No me
malinterpretes, créeme que valoro con melancolía todo lo que me ofrecías, pero una noche me asaltó el
temor que no esperaba volver a tener, (que en realidad nunca tuve porque
siempre fui imprudente hasta que empecé a quererme) y creí que era posible que
me volviera a perder en las palabras de alguien que en realidad no iba a estar
nunca, en los ojos o en la sonrisa efímera de una quimera.
Veréis,
yo le dije “ya se me pasará” a alguien con quien quería que pasara todo. “Ya se
me pasará” como si los sentimientos fueran el azucarillo disuelto en el café de
la mañana, como si no hubiera abierto ya una brecha emocional al contarle cosas
que siempre me costó contar, y hacerlo, además, sin dificultad alguna. Y
pasaron los días y él no se pasó de largo. Y pasaron otras cosas como la
rutina, el agobio, las carcajadas, las ilusiones y los planes. Y pasaron sus
recuerdos y desaparecieron los de otros; apareció la melancolía y me pilló
trabajando y yo le sonreí soberbia como si hubiera ganado algo al perderle.
Como si hubiera pasado él cuando sólo pasaba el tiempo. Quiero gritar y ni
siquiera le hablo, pero tampoco el silencio hace que se pase.
No sé a
quién le escribo, pero hacía mucho que no escribía tan de verdad. Lo que sí sé,
con toda certeza, es que esta vez no le escribo a confusión alguna, ni a
dependencias, ni a necesidades, ni a temores o añoranzas vacías. Ni le escribo
a lo que tardó tanto en llegar pero duró tan poco, a la frustración o a la
rabia. No, porque esta vez yo no buscaba que pasara ni buscaba encontrarlo en
él. Quizá justamente dejar de buscarlo es siempre el único motivo de que
ocurra. Hoy le escribo a lo que hace mucho tiempo no me pasaba y ahora que ha
pasado no termina de pasarse del todo. Puedo asegurar que es un momento, una chispa que desata un sentimiento, un temblor irracional y un cosquilleo inexplicable, una conexión que escapa a la lógica. Sin más, pasa.
Me fui demasiado pronto para remediar lo irremediable y evitar que apareciera esa incertidumbre que siempre me ahoga, pero nunca terminé de irme.
Me fui demasiado pronto para remediar lo irremediable y evitar que apareciera esa incertidumbre que siempre me ahoga, pero nunca terminé de irme.
Que
sigo aquí, sin esperas ni pausas, con deseos y ganas. Que sigo riendo,
llorando, bailando, leyendo y escribiendo, y que sólo querría, por unos
instantes, poder contárselo como si nada hubiera pasado. Como si mi forma de
sentir no se hubiera pasado.