Qué
difícil a veces la vida. Qué difíciles
las circunstancias cuando se ponen en tu contra. Qué difíciles las salas de
espera de los hospitales. Y las salas de espera de los aeropuertos. Qué difíciles
las despedidas antes de tomar un vuelo que cruza el charco. En general, qué
difíciles todas las despedidas. O, peor
aún, qué difíciles las personas que te dicen adiós mil veces y no terminan nunca
de irse del todo, porque no saben quedarse, pero tampoco dejar ir. Qué
difícil el miedo a las situaciones incontrolables. Qué difíciles los complejos y esa puñetera manía de creer que debemos
ser perfectos. Qué difícil el rechazo y la decepción. Qué difíciles las
infidelidades y las deslealtades, las puñaladas traicioneras por la espalda,
los chismes de los corrillos. Qué difíciles los ridículos, los errores, y,
sobre todo, qué difícil convivir con la culpa y el reproche. Qué difícil el amor cuando no es amor,
cuando se maquilla con aniversarios pero duele cada día de la rutina. Qué
difíciles las relaciones de dependencia emocional, los tiras y afloja, el
cariño por costumbre y las presiones sociales. Qué difícil decir adiós con la
mejor de tus sonrisas para correr a hundirte en lágrimas. Qué difícil enamorarse y no ser correspondido, pero también, qué
difícil no ser capaz de querer a quién más lo merece. Tú, que te enamoraste un
día de quien menos lo mereció. Qué difíciles los suspensos después del
sacrificio, la sensación de derrota, las entrevistas de las que jamás recibiste
respuesta, los despidos sin explicación. Qué difícil asumir la vejez de tus
abuelos, verles perder fuerza, querer inútilmente regalarles juventud. Qué
difícil ver las noticias por la mañana y soportar la pena, la rabia y el miedo.
Qué difícil vivir sin la paz universal, con el dolor de otras personas, con
cualquier discriminación, con la pobreza y la exclusión. Qué difícil la palabra
enfermedad y los severos tratamientos para mantenerte a este lado de la
batalla. Qué difícil escribir en anónimo cuando quiero abrazar vuestra
amabilidad. Qué difícil aceptar lo mucho que te perdiste por alguien y qué
difícil fue volverte a encontrar. Qué
difícil la vida y su sensación de tormenta, que todo lo tambalea y lo pone del
revés. Qué difícil aferrarse con uñas y dientes cuando apenas tienes
fuerzas. Qué difíciles los malditos mensajes positivos los días que sólo
quieres llorar sin justificarte, hacer uso de tu derecho a estar mal y
protestar. Qué difícil convivir con el
postureo, vender constantemente esa falsa apariencia de euforia y perfección.
Pero
qué bonito el abrazo amigo, los ojos compañeros en los que perderte, la gente
que te va apoyar sin cansancio, y que si hace falta, hasta andará por ti. Y qué
bonita la palabra resiliencia y la capacidad de hacer frente a las
adversidades, pese al dolor. Qué bonita la solidaridad en cualquier rincón del
mundo, el amor sin condiciones, el respeto y la bondad. Qué bonito superarte
cada día, aprender de los errores, valorar lo que tienes mientras lo tienes y
agradecerlo después. Qué bonito aceptar nuestras limitaciones, intentar mejorar
y hacer de nuestro pequeño rincón del mundo un lugar mejor. Qué bonito experimentar,
enamorarse y entregarse a una nueva ilusión. Qué bonito saber que cada día es
un regalo, que siempre merece la pena volverlo a intentar, que habrá manos
extendidas si te vuelves a tropezar.
A pesar de todo, qué bonita la vida. Joder,
qué bonita.