A veces tengo miedo. Un miedo
oscuro, punzante, pesado, nocturno, real aunque imaginario. A veces tengo
miedo. Miedo a que no me quieran. A no volver a querer a nadie igual. A
suspender los exámenes. A quedarme sin trabajo. Miedo. A que no suene el teléfono. A que suene para avisar de una
tragedia. A los accidentes. A volar. Miedo a perder a mi padre, porque no
soportaría la orfandad de quien me enseñó a ser. Miedo a que enferme mi madre,
porque su dolor me incapacitaría. Miedo.
A la vejez. A envejecer sola. A no
llegar a vieja. A suspender la oposición. A aprobarla y que no me guste el
trabajo después. Miedo a tener que marcharme de mi ciudad. Miedo a tener que
volver a vivir allí. Miedo a la intolerancia. Miedo al dolor. A veces tengo
miedo al miedo. Miedo. A no gustar a
los demás. A no gustarme a mí misma, qué horror, qué miedo. Miedo a morir sin
haber hecho nada interesante. Miedo a no calar en la vida de nadie. Miedo a que
el último beso sea de verdad el último. Miedo a no volverle a ver. Miedo a
cruzármele en la esquina de la calle por la que me da miedo pasar. Miedo a que
me ahoguen los pagos. A hablar en público. A hacer el ridículo. A equivocarme. Miedo. A quedarme embarazada. A no
poder hacerlo jamás. A la paternidad y sus responsabilidades. A no ser una
buena madre. A que me sean infiel. A enamorarme de otro. A las alturas. A la
oscuridad. Miedo. Miedo a la vergüenza
que me da reconocerme débil. Miedo.
A no ser suficiente, bastante, demasiado, excesiva. Miedo a los ruidos del
techo, de la puerta, del sótano. Miedo.
A que me quieran sólo por mi físico. Miedo a que nadie me quiera por mi físico.
Miedo a pasarme de lista. A que me tomen por tonta. Miedo a la cobardía. Miedo
al dolor de mis hermanos, que es tan inevitable como inaguantable. Miedo a que
me dé un infarto al corazón roto. Miedo a perder el tiempo en tonterías. Miedo
a exigirme demasiado. Miedo. A
perder la inspiración. A que se me acaben las palabras. A defraudar a los que
esperan de mí una letra.
Miedo.
Miedo.
Miedo.
Miedo.
No todos míos. Algunos prestados,
enumerados, ocurridos, verbalizados al azar. Miedo. Miedo, yo que no hay virtud en el mundo que valore más que
la valentía. Yo, que me los trago. Tú, que te los callas. Él, que los grita.
Ella, que los evita. Ellos, que los afrontan. Miedos. Humanos, naturales,
personales, fundados o sin razón. Miedos.
Miedos que no reconocemos, que guardamos en cajones al borde del llanto. Que
volcamos en sábanas ajenas esperando que no nos persigan. Que no expresamos. Miedos
que nunca desaparecen con el silencio, que deberían servir para acercarnos,
para abrazarnos más, para querernos mejor, para empatizar sin fisuras. Miedos
que tendrían que obligarnos a conversar con lágrimas y sin ellas, con risas y
entre bromas, con ánimos y abrazos. Miedos a los que jamás deberíamos
permitirles decir que nos vamos a la cama porque tenemos mucho sueño, cuando en
realidad tenemos mucho miedo y nos apetece hablar de ello. Miedos que no
tendrían que avergonzarnos, sino ayudar a conocernos, a querernos a nosotros
mismos, a comprendernos, a liberarnos, a abrazarnos. El miedo es tan normal como lo es la alegría, el amor o la tristeza. Te lo digo siempre y nunca es suficiente: quiérete.