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domingo, 28 de enero de 2018

El acierto es querer(ME)

Yo quería ser tu inspiración, servirte de viaje, prestarte mis alas para que volaras libre. Yo quería ser el espejo en el que te miraras, la ventana a la que te asomaras para ver el futuro, la espalda en la que quisieras amanecer todos los días de tu vida. Yo quería que me quisieras siempre, que no pudieras olvidarme jamás, ser la huella con la que toparas en todos tus caminos. Yo quise ser la piedra en la que se tropieza una y otra vez, sin darme cuenta, claro, que la que se caía siempre era yo. Yo quise estar a tu lado, incluso, qué más me daba, detrás de ti. Yo no quise, pero tampoco me importó, ser la sombra de toda tu luz, o darte luz cuando todo se quedara a oscuras. Yo quise estar siempre disponible para impulsar tus sueños, ser la barca que salva, la mano que cuida. Yo quise, con todas mis fuerzas, que saliera bien, que no se rompiera la magia, que no se transformara en el truco que finalmente fue. Todo esto fue un error. Y el problema es que cuando quieres algo con todas tus fuerzas y ese algo no funciona, las fuerzas desaparecen.

Pero un buen día, cuando retomas la ilusión en todas aquellas cosas que son únicamente tuyas y de ti, cuando te das cuenta de que errar es humano y de que si hay alguien que se merezca otra oportunidad eres tú misma, empiezas a vivir de nuevo, con las mismas ganas, y un plus de experiencia. Empiezas a besar tus cicatrices, a bailar al son de la felicidad, a disfrutar libre, sin esperas ni impaciencias, sin desplantes ni mentiras. Y te das cuenta, ahora sí, porque yo lo merezco, que no quieres gustar a todo el mundo, ni siquiera a un tercio del mundo; que conoces tus arrugas de sonreír, tu risa inoportuna, tu afán por la cultura, tus lunares de la espalda, tus anécdotas más ridículas y tus temores más sufridos. Que conoces tus grandes virtudes y tus peores defectos y sabes lo difícil que fue librar alguna de tus propias batallas. Que sabes lo insoportable que puede resultar esa manía de madrugar demasiado, o ese detalle de dormirte siempre a mitad de una película. Que entiendes que a veces te ríes sin que venga a cuento de puros nervios, y otros días, en cambio, sólo te apetece estar sola y cuidar de ti. Que sí, que algunas veces eres insegura, aunque por lo general te quieres comer el mundo y pecas de un optimismo inusual. Que no eres perfecta, y menos mal. Y que ya no quieres gustarle a todo el mundo, ni siquiera a un tercio del mundo, porque, ¿saben qué? Que te gustas a ti misma, y eso es lo más importante a lo que se puede aspirar. Y no pides que nadie lidie con todas esas flaquezas y grandezas, porque ahora sólo tienes un requisito esencial: que quien se quiera quedar, jamás intente cambiarte.



domingo, 21 de enero de 2018

Pero por mí primero.

Hace algunos meses, cuando todo estaba oscuro, yo no podía creerme que en algún punto concreto volvería a salir el sol en mi vida. Era incapaz de confiar en los que me decían que el daño siempre termina por difuminarse tras la cortina invisible de los proyectos futuros. No sabía que volvería a sentarme a escribir una mañana de domingo y me saldrían palabras sin rabia, que dejaría de romper lapiceros en la última letra de tu nombre y los sustituiría por los de las personas que me quieren.
Yo viví el amor de una forma tan pasional, como devastador fue el dolor en el que se transformó su ausencia. Y, aunque durante algún tiempo me sentí perdida en mis propios pensamientos y abandonada por la suerte, después comprendí que llorar es tan necesario como reír, como besar, como abrazar y perdonar.
Por todas esas fases tuve que pasar antes de enamorarme nuevamente, de descubrir en una persona, que antes no veía, la felicidad más plena, y sonreír pensando en los planes que estaban por llegar, los viajes que me quedaban por organizar y las maletas que llenaría de ilusiones nuevas. Esa persona era yo misma, mirándome por primera vez en un espejo más benevolente y justo del que había usado hasta ahora, un espejo que me decía que no tenía porque consentir ni un solo desprecio, que no tenía que dar todo de mí cuando lo que recibía eran migajas, que yo me merecía mucho, me lo merecía todo y no pensaba conformarme nunca más con menos de eso.
El amor a los demás me hizo perdonar y el amor propio me hizo no olvidar lo que no quería que volviera a repetirse jamás. Y así, bajo el sol de mayo, el frío de diciembre y el aire aventurero de octubre, se me cerraron las heridas que me hice en guerras absurdas y luchas de egos con la persona con la que se supone que debería haber sembrado amor sin ruinas. Me curé, se convirtieron las heridas en las cicatrices más bellas, las que sanaron gracias a la valentía de decir adiós a la toxicidad y la deslealtad. Y hoy, soy una persona que solo se ata a la vida, que no sabe si el amor volverá a llamar a su puerta vestido de ilusiones nuevas, pero que sabe identificar con precisión lo que no tolerará de nuevo y lo que no consentirá jamás.

Puede que sí, que me enamore y vuelva a darlo todo por alguien, pero hago una promesa, nunca me olvidaré nuevamente de quererme a mí misma.