Léeme:

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domingo, 8 de octubre de 2017

Extraordinaria imperfección.

Me gusta la gente que tiene ilusiones y demuestra sus ganas. La gente que se arriesga incluso cuando ha experimentado varias veces el dolor de las heridas. Me gusta la gente que reconoce que a cada miedo le cabe una gran dosis de humanidad, pero que se levanta cada día con la intención de vencerlos. Los que van cambiando la desconfianza por certidumbre conforme las personas les demuestran que no todo el mundo es igual, ni dos desilusiones pesan lo mismo. Me gusta mi amiga rectificando aquella frase de “no volveré a enamorarme”, por esa otra de “estoy volviendo a confiar”. Me gusta la ilusión en los ojos de los valientes, esos fuegos artificiales de los que yo me enamoré. Me gusta la gente que, aunque hable lo preciso, lo hace precisamente bien. Y, sobre todo, los que demuestran con hechos mucho más que lo que dicen con palabras. Adoro a las personas libres que extraen de cada día una baraja amplísima de posibilidades, que conocen sus aptitudes y las explotan, que crean sueños nuevos cada noche y no temen despertar. Me gustan los que planean viajes y son felices en una tarde de sofá, así como los que se nutren de la cultura, la lectura y el arte. Me gustan los que debaten y jamás pierden el respeto, los que saben perfectamente que llorar, caer y tropezar, no tienen nada que ver con rendirse. Los que no disfrazan las verdades de excusas y reconocen que, a veces, callarse equivale a mentir. Me gustan los que se quedan porque quieren y porque quieren se van, pero procuran evitar el daño intermitente de las puertas entreabiertas.

Pero más que nada en el mundo, me gustan las personas con defectos. Los que lloran y se dejan abrazar. Los que se equivocan y piden perdón. Los que saben decir que no y se arriesgan a escuchar un sí. Los que asumen inseguridades y acarician sus propias cicatrices. Los risueños y los tímidos. Los espontáneos y los prudentes. Los que, como yo, se reconocen llenos de errores.


Me gusta enamorarme de la imperfección extraordinaria de cada detalle supuestamente común. 


domingo, 1 de octubre de 2017

He estado viviendo.

Se preguntarán algunos de ustedes el motivo de la ausencia. Intentarán ponerle nombre; situarla en la frontera del drama, o, quizá, por qué no, calificarla de alegre egoísmo.
Eso, tan solo, si alguno de ustedes, en algún rincón del planeta, aunque sea por unas milésimas de segundo, ha echado de menos mis letras. Sigo viva. Más viva que nunca.
Y ahora sí, permítanme que les tutee:
Llevo días pensando en las palabras acertadas para retomar un espacio que es más vuestro que mío. Intentando descubrir si era mejor anunciar que volvía para quedarme o, simplemente, volver para ventilar el pasado.
Han sido, en total, dos meses de absoluta ausencia. Dos meses de desintoxicación, de limpieza, de aires nuevos y frescos, de vientos totalmente necesarios. No ha sido, en cambio, una ausencia programada o impuesta. Llegó sola, como llegan todas las cosas importantes de la vida: tras mucho sacrificio, pero cuando menos las esperas.
Me he tirado años escribiéndole a amores que se iban y volvían, a luces intermitentes a las que yo me quedaba mirando embobada, a dolores que se convertían en herida, y cuya costra yo misma me empeñaba en levantar una y otra vez. He tenido rachas en las que divagaba por cualquier estación creyendo que yo tenía que ser el cartel que anunciaba las llegadas, o el que contaba las salidas, pero sin sentirme jamás el tren por el que otros corren o el destino por el que merece la pena esperar. Puede que suene triste, pero no miento si digo que yo he sido feliz, casi siempre, en medio de tanta espera.
Así, entre unas cosas y otras, en medio de letras que se me clavaban con la misma intensidad que me ayudaban a liberar el dolor, abrí este blog que lleva en funcionamiento más de dos años. Este blog que me ha hecho vivir la experiencia del contacto transfronterizo, de corazones latiendo simultáneamente en partes muy diversas del mundo, de lágrimas que siempre desembocan en océanos comunes, de desahogo y emoción. Este espacio que hoy cuenta con 67.189 seguidores, a los que agradezco infinitamente su tiempo y su lealtad.
Y poco a poco, durante estos años de vida del blog, yo fui creciendo con él, descubriéndome e intentando ser mejor con las personas que me rodean y conmigo misma. Ahora sé que la vida va de caerse y levantarse con más fuerza. De tener miedos y reconocerlos humanos, pero también de afrontarlos y no dejar que nos sobrepasen. Que la vida va de perdonar sin dejar que te pisoteen, de aceptar a la gente que entra en tu vida para ponerla amablemente patas arriba, pero también –y nunca olvidaré esto- de marcharse o dejar ir sin mirar atrás. Y al darme cuenta de esto empecé a soltar lastre, a dejar de esperar para iniciar mi propio camino, ya sea en tren, andando, o a gatas si hace falta.
Perdonadme la ausencia, pero he estado riéndome de todo y llorando por algunas cosas. Descubriendo los hombros que se prestan a mi llanto y las bocas que se entregan con mi risa. Besando con ganas, mirando con complicidad. Arriesgando con vehemencia, ganando con valentía, perdiendo con dignidad. Descubriendo un amor nuevo, más puro y más incondicional que los anteriores. Rehaciendo prioridades y deshaciendo prejuicios. Aprendiendo que nadie va a perderse por mí lo que yo me estaba perdiendo por otros. Desarrollando la paciencia para conmigo misma.
Y sí, también me he hecho mil fotos con la gente que quiero y que me quiere; he viajado por placer y he dado abrazos en ciudades maravillosas. He abierto los ojos para observar aciertos y errores, propios y ajenos. Y he abierto los sentidos para desmitificar el mito y humanizar el ideal.
Estaba dándome tiempo, comprendiéndome, perdonándome, arriesgándome, conociéndome.

Perdonad la ausencia, es que estaba viviendo.