Léeme:

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jueves, 7 de diciembre de 2017

Al año que se marcha.

            Ven, acércate. Cuéntame qué es de ti ahora. Sí, ahora, en presente. Dime cuántos de los sueños que tenías en diciembre del año pasado se han hecho realidad este año. Susúrrame al oído cuántos de tus miedos siguen acechándote antes de dormir; que no se entere nadie, porque hay gente que se alimenta de los temores ajenos. Cántame la canción que ha marcado estos últimos doce meses. Pero hazlo a voz en grito, como si con cada letra pudieras ir soltando el lastre que a veces cargamos en exceso. Confiésame qué minuto exacto te rompió de dolor, qué día te abandonaste a la pena, a la desesperación o a la impotencia. Ten siempre en cuenta que eres humano, que tu dolor es también parte de la vida. Recuérdame lo de tus lágrimas, el sabor salado que arrastró aquella decepción y el dulce triunfo que conoce quien llora de emoción. Hablemos sobre el orgullo que aquella mañana fría, o quizá cálida, sintieron los tuyos al verte superarte un poco más. Ven, cierra los ojos, ¿puedes recordar la ternura de aquella caricia suave que te curó el corazón? ¿y el beso que te devolvió la ilusión? Da igual lo que haya sido de aquellos protagonistas ahora, lo importante es que estuviste allí para vivirlo, disfrutarlo y sentirlo.

            Ha sido un año duro, ¿verdad? Hemos pasado noches sin dormir analizando un futuro que no llega, tratando de huir de uno que corre demasiado deprisa o pensando en alguien que nunca ha querido dejar de ser desvelo. Hemos trabajado durante jornadas maratonianas y hemos estudiado hasta que nos dolían los codos, la cabeza y la desesperación. Hemos pasado horas enteras mirando un calendario tratando de organizar todos los componentes de nuestra vida en una vida que a veces se nos queda corta. Una vida que, a veces, sólo nos pide descansar. Pero no nos hemos rendido, estamos aquí por valientes, porque sabemos que intentarlo ya es un logro, que un reto es una oportunidad y un fracaso una experiencia. Ven, abrázame. Como abrazaste a aquella amiga una noche de reencuentros y observaste la emoción en sus ojos después. Hemos conseguido reírnos con los que sabemos que también estarán ahí si toca llorar. Cuéntame de nuevo lo de aquel viaje y sus anécdotas surrealistas, lo de sobrevivir a base de macarrones o lo de llevarte ropa de primavera a una ciudad sin apenas sol. Háblame de aquella persona que te ayudó a ser un poquito más libre, que te hizo ganar en seguridad y te impulsó a conseguir tus metas.

            Repíteme eso de que nos estamos haciendo mayores, de que cada día eres más consciente de que lo que importa no se pesa, ni se mide, ni se evalúa. Eso de que ahora sabes que hay que aferrarse a las oportunidades con uñas y dientes, siempre y cuando la oportunidad te haga un poco más feliz.


            Ven, escúchame. Ha pasado otro año, uno de los de risas, lágrimas y sonrisas. Otro de los de triunfos y fracasos. De reencuentros y despedidas. Espero, de corazón, que el que viene sea infinitamente mejor y, sobre todo, que venga lo que venga te encuentres acompañado por personas que te apoyen y te quieran. Ya sé que a todos nos faltará alguien en la mesa las noches más señaladas y que toda ausencia es insustituible, pero trata de recordar todo lo que te dieron y todo lo que te quisieron para que su recuerdo aún te haga sonreír. 

          Ojalá que te sientas querido siempre y en todo momento durante el 2018. Pero hasta que llegue, hasta que el reloj de la Puerta del Sol marque las 12 campanadas y corras a festejar, brindar y bailar, recuerda que te quedan 24 días para abrazar más fuerte a los que te rodean, para hacer planes que te llenen de ilusión, para querer y dejar que te quieran, para recibir mimos y romper a reír en carcajadas. Ahora que parece que el año se va, pon en orden tus prioridades, confía en tus capacidades y aprovecha tus circunstancias para elegir, decidir, arriesgarte y ser feliz. Porque si algo tengo claro es que lo importa no son los años, sino con quien lo compartas. 

                                 

domingo, 5 de noviembre de 2017

Si no es amor no lo quiero.

Es buscar siempre más motivos que excusas. No precipitarse, pero no tener miedo a avanzar. Compartir ideas, experiencias, momentos. Compartir vida. No intentar nunca poseer al otro, restarle espacio, cambiar sus gustos. Consiste, sobre todo, en ser libre. Alguien con quien disfrutar de un silencio y con quien dormir tranquilo. Alguien a quien llamar cuando consigues un ascenso y con quien llorar cuando te comunican un despido. Un valiente. Confiar sin reservas, sin traiciones, sin temores. Es, fundamentalmente, la ausencia de mentiras. Alguien que te impulse a cumplir tus sueños y que te preste su abrazo en las noches de pesadillas. Un apoyo. Alguien que te saque de tus casillas, que bromee contigo, que se ría con tus manías, pero te quiera con todo eso. Las cosquillas a las 12 de la mañana de un domingo cualquiera. Un paseo por la Gran vía un jueves por la tarde. Dos manos entrelazadas huyendo del frío. Dos cuerpos desnudos ahorrando calefacción. El campo en el que te criaste y la historia de aquel diente que te rompiste por temerario. Un soñador. El olor del pelo recién lavado cuando te abrazan por detrás. Un mensaje de buenos días. Un deseo de buenas noches. Es debatir, decidir y discutir. Reconciliarse. Viajar solo y echar de menos. Viajar en pareja y no echar de más. Disfrutar del tiempo individual. Mandar canciones y hacer planes. Un incondicional. Preocuparte por el otro y cuidarle si hace falta. Mirar al otro como si fuera único, que te hagan sentir que lo eres. Que sepas lo que mereces. Que siempre sea la alegría y nunca la pena. Que uno más uno siempre sean dos. Que se convierta en suma, pero nunca reste. Un beso cálido en una nariz helada. Un apasionado.

Todo eso es el amor.

Si no es amor no lo quiero.


domingo, 8 de octubre de 2017

Extraordinaria imperfección.

Me gusta la gente que tiene ilusiones y demuestra sus ganas. La gente que se arriesga incluso cuando ha experimentado varias veces el dolor de las heridas. Me gusta la gente que reconoce que a cada miedo le cabe una gran dosis de humanidad, pero que se levanta cada día con la intención de vencerlos. Los que van cambiando la desconfianza por certidumbre conforme las personas les demuestran que no todo el mundo es igual, ni dos desilusiones pesan lo mismo. Me gusta mi amiga rectificando aquella frase de “no volveré a enamorarme”, por esa otra de “estoy volviendo a confiar”. Me gusta la ilusión en los ojos de los valientes, esos fuegos artificiales de los que yo me enamoré. Me gusta la gente que, aunque hable lo preciso, lo hace precisamente bien. Y, sobre todo, los que demuestran con hechos mucho más que lo que dicen con palabras. Adoro a las personas libres que extraen de cada día una baraja amplísima de posibilidades, que conocen sus aptitudes y las explotan, que crean sueños nuevos cada noche y no temen despertar. Me gustan los que planean viajes y son felices en una tarde de sofá, así como los que se nutren de la cultura, la lectura y el arte. Me gustan los que debaten y jamás pierden el respeto, los que saben perfectamente que llorar, caer y tropezar, no tienen nada que ver con rendirse. Los que no disfrazan las verdades de excusas y reconocen que, a veces, callarse equivale a mentir. Me gustan los que se quedan porque quieren y porque quieren se van, pero procuran evitar el daño intermitente de las puertas entreabiertas.

Pero más que nada en el mundo, me gustan las personas con defectos. Los que lloran y se dejan abrazar. Los que se equivocan y piden perdón. Los que saben decir que no y se arriesgan a escuchar un sí. Los que asumen inseguridades y acarician sus propias cicatrices. Los risueños y los tímidos. Los espontáneos y los prudentes. Los que, como yo, se reconocen llenos de errores.


Me gusta enamorarme de la imperfección extraordinaria de cada detalle supuestamente común. 


domingo, 1 de octubre de 2017

He estado viviendo.

Se preguntarán algunos de ustedes el motivo de la ausencia. Intentarán ponerle nombre; situarla en la frontera del drama, o, quizá, por qué no, calificarla de alegre egoísmo.
Eso, tan solo, si alguno de ustedes, en algún rincón del planeta, aunque sea por unas milésimas de segundo, ha echado de menos mis letras. Sigo viva. Más viva que nunca.
Y ahora sí, permítanme que les tutee:
Llevo días pensando en las palabras acertadas para retomar un espacio que es más vuestro que mío. Intentando descubrir si era mejor anunciar que volvía para quedarme o, simplemente, volver para ventilar el pasado.
Han sido, en total, dos meses de absoluta ausencia. Dos meses de desintoxicación, de limpieza, de aires nuevos y frescos, de vientos totalmente necesarios. No ha sido, en cambio, una ausencia programada o impuesta. Llegó sola, como llegan todas las cosas importantes de la vida: tras mucho sacrificio, pero cuando menos las esperas.
Me he tirado años escribiéndole a amores que se iban y volvían, a luces intermitentes a las que yo me quedaba mirando embobada, a dolores que se convertían en herida, y cuya costra yo misma me empeñaba en levantar una y otra vez. He tenido rachas en las que divagaba por cualquier estación creyendo que yo tenía que ser el cartel que anunciaba las llegadas, o el que contaba las salidas, pero sin sentirme jamás el tren por el que otros corren o el destino por el que merece la pena esperar. Puede que suene triste, pero no miento si digo que yo he sido feliz, casi siempre, en medio de tanta espera.
Así, entre unas cosas y otras, en medio de letras que se me clavaban con la misma intensidad que me ayudaban a liberar el dolor, abrí este blog que lleva en funcionamiento más de dos años. Este blog que me ha hecho vivir la experiencia del contacto transfronterizo, de corazones latiendo simultáneamente en partes muy diversas del mundo, de lágrimas que siempre desembocan en océanos comunes, de desahogo y emoción. Este espacio que hoy cuenta con 67.189 seguidores, a los que agradezco infinitamente su tiempo y su lealtad.
Y poco a poco, durante estos años de vida del blog, yo fui creciendo con él, descubriéndome e intentando ser mejor con las personas que me rodean y conmigo misma. Ahora sé que la vida va de caerse y levantarse con más fuerza. De tener miedos y reconocerlos humanos, pero también de afrontarlos y no dejar que nos sobrepasen. Que la vida va de perdonar sin dejar que te pisoteen, de aceptar a la gente que entra en tu vida para ponerla amablemente patas arriba, pero también –y nunca olvidaré esto- de marcharse o dejar ir sin mirar atrás. Y al darme cuenta de esto empecé a soltar lastre, a dejar de esperar para iniciar mi propio camino, ya sea en tren, andando, o a gatas si hace falta.
Perdonadme la ausencia, pero he estado riéndome de todo y llorando por algunas cosas. Descubriendo los hombros que se prestan a mi llanto y las bocas que se entregan con mi risa. Besando con ganas, mirando con complicidad. Arriesgando con vehemencia, ganando con valentía, perdiendo con dignidad. Descubriendo un amor nuevo, más puro y más incondicional que los anteriores. Rehaciendo prioridades y deshaciendo prejuicios. Aprendiendo que nadie va a perderse por mí lo que yo me estaba perdiendo por otros. Desarrollando la paciencia para conmigo misma.
Y sí, también me he hecho mil fotos con la gente que quiero y que me quiere; he viajado por placer y he dado abrazos en ciudades maravillosas. He abierto los ojos para observar aciertos y errores, propios y ajenos. Y he abierto los sentidos para desmitificar el mito y humanizar el ideal.
Estaba dándome tiempo, comprendiéndome, perdonándome, arriesgándome, conociéndome.

Perdonad la ausencia, es que estaba viviendo. 



jueves, 20 de julio de 2017

Y no se me pasó.

¿Cómo puede echarse de menos lo que nunca se ha tenido? Fácil, yo te echo de menos porque jamás te eché de más mientras estabas, y sin embargo, tampoco nunca quise tenerte. Qué detestable me ha parecido siempre esa concepción de propiedad hacia las personas, hacia lo que otros son y la forma en que otros desean vivir. Pero no, yo nunca quise tenerte; yo sólo quería que tú fueras como eres. Y mira que eso me hacía cargar con defectos a veces desesperantes y con dificultades novedosas, pero, contradictoriamente, hasta eso me gustaba. Quería que me hablaras de sueños y de pasiones, de desvelos y preocupaciones, de curiosidades y metas. Quería beber de la fuente de todo aquello que sabes, beneficiarme de tu curiosidad para saciar la mía, aprovecharme del tiempo que tú habías invertido en entender cosas sobre las que a mí no me daba tiempo a reparar. Quería quedarme a conocer lo malo con la valentía de quien tiene tantas heridas que ya no teme las ajenas. Yo no quería coser tus cicatrices ni taponar tu dolor para que dejara de sangrar, porque también respeto que esa parcela de intimidad es sólo tuya. Y te aseguro que de la misma manera que pido que no dirijan mis tristezas y mis ausencias, me levanto cada mañana con la intención de respetar las del resto.
No fue por ti, de verdad. Me fui porque yo, que tantas cosas quería contigo y que tanto me quiero a mí, estaba empezando a perderme sin querencia tuya. No me malinterpretes, créeme que valoro con melancolía todo lo que me ofrecías, pero una noche me asaltó el temor que no esperaba volver a tener, (que en realidad nunca tuve porque siempre fui imprudente hasta que empecé a quererme) y creí que era posible que me volviera a perder en las palabras de alguien que en realidad no iba a estar nunca, en los ojos o en la sonrisa efímera de una quimera.
Veréis, yo le dije “ya se me pasará” a alguien con quien quería que pasara todo. “Ya se me pasará” como si los sentimientos fueran el azucarillo disuelto en el café de la mañana, como si no hubiera abierto ya una brecha emocional al contarle cosas que siempre me costó contar, y hacerlo, además, sin dificultad alguna. Y pasaron los días y él no se pasó de largo. Y pasaron otras cosas como la rutina, el agobio, las carcajadas, las ilusiones y los planes. Y pasaron sus recuerdos y desaparecieron los de otros; apareció la melancolía y me pilló trabajando y yo le sonreí soberbia como si hubiera ganado algo al perderle. Como si hubiera pasado él cuando sólo pasaba el tiempo. Quiero gritar y ni siquiera le hablo, pero tampoco el silencio hace que se pase.
No sé a quién le escribo, pero hacía mucho que no escribía tan de verdad. Lo que sí sé, con toda certeza, es que esta vez no le escribo a confusión alguna, ni a dependencias, ni a necesidades, ni a temores o añoranzas vacías. Ni le escribo a lo que tardó tanto en llegar pero duró tan poco, a la frustración o a la rabia. No, porque esta vez yo no buscaba que pasara ni buscaba encontrarlo en él. Quizá justamente dejar de buscarlo es siempre el único motivo de que ocurra. Hoy le escribo a lo que hace mucho tiempo no me pasaba y ahora que ha pasado no termina de pasarse del todo.  Puedo asegurar que es un momento, una chispa que desata un sentimiento, un temblor irracional y un cosquilleo inexplicable, una conexión que escapa a la lógica. Sin más, pasa. 
Me fui demasiado pronto para remediar lo irremediable y evitar que apareciera esa incertidumbre que siempre me ahoga, pero nunca terminé de irme.
Que sigo aquí, sin esperas ni pausas, con deseos y ganas. Que sigo riendo, llorando, bailando, leyendo y escribiendo, y que sólo querría, por unos instantes, poder contárselo como si nada hubiera pasado. Como si mi forma de sentir no se hubiera pasado. 


lunes, 10 de julio de 2017

Tú, que va por ti.

Ya se sabe que cuando menos te lo esperas va la vida y te sorprende. Que no hay ciencia más exacta, y a la vez más incierta, que la del amor. Que te tiras años esperando a que llame a tu puerta la persona amada y al final, asoma por la ventana quien menos te podrías imaginar. En el momento justo, en ese en el que ya habías tirado la toalla o te la habías puesto a modo de capa de invisibilidad para no dejar que nadie volviera a conquistarte para luego hacerte daño. Que de repente te ves a ti misma llorando, pero de la alegría. Renegando de aquella mujer temerosa que se había negado para siempre al amor, confesando entre copas a tus amigas que, sin saber cómo ni porqué, ha vuelto a pasar. Y te ves corriendo a mirar el móvil para leer un mensaje inesperado, dedicando miradas cómplices a unos ojos hasta hace poco desconocidos, sonriendo en mitad de la madrugada, perdiendo el sentido de las horas y dirigiendo tú las manecillas del reloj de tu propia vida. Un día llega alguien que merece la alegría y consigue que todos tus escudos se escurran por la alcantarilla de la felicidad. Porque él no es igual a aquel que te hizo daño, es justamente lo contario a todos los anteriores, ya sabes, es más sonrisas y menos pena. Y, sobre todo, lo mejor, es que no tienes que compararle con nadie, porque de repente, de golpe y plumazo, dejan de existir los demás. Las heridas se convierten en cicatrices, los complejos en besos y la cobardía en ilusión. Y lo que tenga que pasar después que pase, pero que este ratito de dicha ya es sólo tuyo, entero para ti. Que la vida es efímera y mejor llenarla de recuerdos bonitos y de personas buenas, que mejor cumplir experiencias y no solo años.


Ya ves, un día de repente te pasa a ti. Tú que creías que esta vaina ya no bailaba contigo, tú que eras sumamente feliz sola, que no querías ni escuchar canciones de amor, tú que tenías miedo al compromiso y lo negabas entre risas. Tú, si tú, te está pasando el amor y esta vez no es de largo, esta vez se queda a tu lado. ¿Y sabes qué? Esto no es algo excepcional, esto te pasa porque te lo mereces, porque debía haber un premio con tu nombre que te hiciera olvidar los malos ratos, porque ahora sí te quieres lo suficiente para conocer tus límites y ampliar tu libertad de la mano de alguien que te enseñe a volar. Tú, no mires para otro lado, que esto va por ti. Hazme un favor, disfrútalo. Sonríe. Y no olvides nunca que los sueños pueden convertirse en realidad.


sábado, 1 de julio de 2017

Amor de colores.

Viva el amor libre.
Viva el amor a la vida, a la diversidad, al respeto y a la libertad de elegir siempre y en todo momento. Que vivan los abrazos entre amigos, los besos entre enamorados y la sonrisa cómplice entre amantes. Que viva la emoción de esta celebración necesaria por su significado, la unión por una causa justa y digna. Que sirva como protesta en nombre de todos los que a día de hoy, en pleno siglo XXI, siguen oprimidos y sin poder vivir en absoluta armonía por discriminaciones injustas, absurdas e indignas.
Este espacio se creo con la intención de exprimir cada gota de amor que desborda el cuerpo y el alma de su autora. Con la finalidad de manifestar libremente el amor que yo veo en cada detalle y gesto de vida. Por eso, desde aquí, con más de 65.000 seguidores, no puedo dejar pasar la oportunidad de reivindicar hoy mi deseo de que esta sociedad camine siempre hacia el amor y la tolerancia. El amor es siempre un milagro y un triunfo, y no daña a nadie cuando sus propios protagonistas se eligen de una forma libre y sana.
Hoy me siento orgullosa de un Madrid que retumba bajo los pasos de miles de personas celebrando el día de la tolerancia, el respeto y la diversidad. El día del orgullo de amar. El día de todos los orgullos, seas como seas, quieras a quien quieras, te atraiga quien te atraiga. Gracias Madrid por esta demostración de madurez social, ojalá se cumpla todos los días del año y consigamos juntos eliminar todos los prejuicios.
Ojalá se ame de tantos colores diferentes que desaparezca para siempre el color del odio.


                      

jueves, 1 de junio de 2017

Resiliencia.

Qué difícil a veces la vida. Qué difíciles las circunstancias cuando se ponen en tu contra. Qué difíciles las salas de espera de los hospitales. Y las salas de espera de los aeropuertos. Qué difíciles las despedidas antes de tomar un vuelo que cruza el charco. En general, qué difíciles todas las despedidas. O, peor aún, qué difíciles las personas que te dicen adiós mil veces y no terminan nunca de irse del todo, porque no saben quedarse, pero tampoco dejar ir. Qué difícil el miedo a las situaciones incontrolables. Qué difíciles los complejos y esa puñetera manía de creer que debemos ser perfectos. Qué difícil el rechazo y la decepción. Qué difíciles las infidelidades y las deslealtades, las puñaladas traicioneras por la espalda, los chismes de los corrillos. Qué difíciles los ridículos, los errores, y, sobre todo, qué difícil convivir con la culpa y el reproche. Qué difícil el amor cuando no es amor, cuando se maquilla con aniversarios pero duele cada día de la rutina. Qué difíciles las relaciones de dependencia emocional, los tiras y afloja, el cariño por costumbre y las presiones sociales. Qué difícil decir adiós con la mejor de tus sonrisas para correr a hundirte en lágrimas. Qué difícil enamorarse y no ser correspondido, pero también, qué difícil no ser capaz de querer a quién más lo merece. Tú, que te enamoraste un día de quien menos lo mereció. Qué difíciles los suspensos después del sacrificio, la sensación de derrota, las entrevistas de las que jamás recibiste respuesta, los despidos sin explicación. Qué difícil asumir la vejez de tus abuelos, verles perder fuerza, querer inútilmente regalarles juventud. Qué difícil ver las noticias por la mañana y soportar la pena, la rabia y el miedo. Qué difícil vivir sin la paz universal, con el dolor de otras personas, con cualquier discriminación, con la pobreza y la exclusión. Qué difícil la palabra enfermedad y los severos tratamientos para mantenerte a este lado de la batalla. Qué difícil escribir en anónimo cuando quiero abrazar vuestra amabilidad. Qué difícil aceptar lo mucho que te perdiste por alguien y qué difícil fue volverte a encontrar. Qué difícil la vida y su sensación de tormenta, que todo lo tambalea y lo pone del revés. Qué difícil aferrarse con uñas y dientes cuando apenas tienes fuerzas. Qué difíciles los malditos mensajes positivos los días que sólo quieres llorar sin justificarte, hacer uso de tu derecho a estar mal y protestar. Qué difícil convivir con el postureo, vender constantemente esa falsa apariencia de euforia y perfección.
Pero qué bonito el abrazo amigo, los ojos compañeros en los que perderte, la gente que te va apoyar sin cansancio, y que si hace falta, hasta andará por ti. Y qué bonita la palabra resiliencia y la capacidad de hacer frente a las adversidades, pese al dolor. Qué bonita la solidaridad en cualquier rincón del mundo, el amor sin condiciones, el respeto y la bondad. Qué bonito superarte cada día, aprender de los errores, valorar lo que tienes mientras lo tienes y agradecerlo después. Qué bonito aceptar nuestras limitaciones, intentar mejorar y hacer de nuestro pequeño rincón del mundo un lugar mejor. Qué bonito experimentar, enamorarse y entregarse a una nueva ilusión. Qué bonito saber que cada día es un regalo, que siempre merece la pena volverlo a intentar, que habrá manos extendidas si te vuelves a tropezar.


A pesar de todo, qué bonita la vida. Joder, qué bonita. 

                            

martes, 30 de mayo de 2017

Pudo ser y no fuimos.

Esta no es una carta de despedida. Ni siquiera una despedida. Quizá no debería ni llamarlo carta, porque desde luego, no tengo la menor intención de enviártela. Esto es, únicamente, una forma de decirte algo que quizá tú no sabes y que yo me niego en asumir: que te echo de menos. Yo que le he restado importancia a lo nuestro y he dejado de hablar de ti como si te hubiera olvidado al instante. Yo que no sé llorar y casi nunca echo de menos a nadie, que me agobio cuando me piden explicaciones, que no tolero las conversaciones excesivas por Whatsapp y que me deshago rápido de todos aquellos recuerdos que puedan anclarme al drama. Yo que tenía tan claro que esto se me iba a pasar en dos tardes de risas o en una noche de baile, yo que sabía que era lo mejor y sentí un desahogo inmenso al decir adiós. Pues eso, yo, que te echo de menos. Echo de menos los amaneceres contigo, las mañanas entre risas por todo, hablando tantas veces de nada. Echo de menos que no me importara madrugar, que me bastara como escenario un parque o el mismísimo extrarradio, que me sorprendieran tus detalles. Pues eso, que sigo durmiendo sola por elección y, aunque ya sabes que me encanta el tiempo para mí misma, he de reconocer que se ha instalado en mi cama esa sensación de frío perpetuo que nunca me gustó. Frio en mayo. Frio justo ahora que llega el verano y Madrid se convierte en un espectáculo de parejas revoloteando su amor por las terrazas de Chueca y Lavapiés. Gente queriéndose sin excusas en cualquier rincón, y tú y yo cada día un kilómetro más lejos. Joder, claro que te echo de menos. Y claro que tengo algunas noches la tentación de abrir tu conversación e intentar retomar, inútilmente, aquello que tanto se parecía al paraíso. Tranquilo, no lo haré. Claro que quiero invitarte a la penúltima cerveza que tanto nos merecemos, mirar otra vez los ojos más bonitos de Madrid y cerciorarme de que es verdad que no me estás echando de menos ni un poquito. Claro que he pensado mil veces en hacer uso de esa cordialidad pactada que nos hemos impuesto para no preguntarnos porqué si es tan cierto que no era amor, tampoco puede ser amistad. No lo entiendo. Claro que me hubiera gustado que nuestras circunstancias fueran otras y mi paciencia infinita para no haber tirado la toalla antes de comenzar la partida. Claro que te echo de menos como si te hubieras tirado mucho tiempo en mi vida, quizá porque hacía mucho tiempo que nadie entraba en ella con tanta fuerza. Claro que soy consciente de que te reconocerías en estas líneas, tú que quisiste leerme y yo nunca te dejé por puro pudor a que me descubrieras vulnerable. No sabes cómo me gustaría ahora enseñarte mis debilidades y mis textos, y susurrarte lo mucho que me molesta estar escribiendo sobre ti ahora que no estás, cuando lo intenté frustradamente mil veces estando a tu lado y no me salió ni una sola letra. Ojalá que nunca me leas, porque podría recorrer por tu espalda el escalofrío de la nostalgia, del amor y del error. Podrían asaltarte las dudas y replantearte nuevamente algo que parecíamos tener muy claro. O no. Ojalá que no me leas y nunca te enteres que me acuerdo tanto de ti que he dejado de acordarme de otros. Ojalá no sepas que eso para mí es todo un triunfo. Claro que te echo de menos, pero no te preocupes que no te lo voy a decir, porque sé que dejar ir a quien ya no quiere estar, es la mayor demostración de amor propio que existe. Porque una cosa es dejar las ventanas abiertas y otra, muy distinta, asomarse a esa ventana a llamar a gritos a quien se quiso ir por la puerta grande. Ojalá que no me leas y no sepas que sigo guardando el último beso, las promesas del último día y los planes que no llegamos a hacer.
Claro que te echo de menos, pero no me preocupo por esto que me pasa, porque sé que me pasará.

Atentamente, lo que pudo ser y no fuimos.


                         

domingo, 28 de mayo de 2017

La primera vez.

Si hay algo que determine nuestra vida y cambie irremediablemente el rumbo de los acontecimientos, ese algo son las primeras veces.
El primer beso inexperto. El primer amor de tu vida. La primera ruptura dolorosa. Los nervios de tu primer día de trabajo. La emoción eufórica de la primera vez que montas en avión. El primer viaje sola con tus amigas. El primer fracaso estrepitoso en algo en lo que habías volcado toda tu ilusión. La primera vez que dices adiós a alguien con todo el dolor de tu corazón. El primer miedo a un problema serio y real. La primera vez. El primer abrazo por detrás en silencio. Las lágrimas de rabia la primera vez que discutes de verdad con un ser querido. El primer día que te miras al espejo y descubres que tú debes ser siempre el primer amor de tu vida. Las primeras palabras de felicitación cuando alcanzas un éxito tras mucho trabajo y sacrificio. El primer día que ves amanecer al volver a casa y la primera puesta de sol en la playa.
La primera vez que descubres que vivir es andar a ciegas en un camino repleto de incertidumbres; vencer los miedos y las inseguridades, respetar los defectos y amar los errores. Y es que las primeras veces determinan nuestra vida no por lo que son en sí mismas, sino porque nos abren un mundo nuevo de posibilidades posteriores, de siguientes veces que siempre saben a nuevas si se viven con ilusión. La primera vez que abres los ojos y entiendes que vivir es no acostumbrarse nunca, asumir con dignidad las etapas más difíciles y tristes de la vida, respetar el dolor propio y apoyar en el ajeno. No resignarse con una rutina impuesta, e intentar, en la medida de nuestras posibilidades, cambiar aquellos pequeños detalles que nos hacen un poco más felices. Aprender de todo y volver a empezar una nueva primera vez tantas veces como necesitemos.
Y es que las primeras veces sirven para conocernos más a nosotros mismos, descubrir lo que nos gusta y lo que no queremos cerca, aprender de los errores y aceptar que si somos valientes y nos arriesgamos, cometeremos muchos más.

Benditas primeras veces y bendita la certeza de saber que las emociones, las experiencias y las personas son tan infinitas que nunca perderé la capacidad de sorprenderme por primera vez. 

                                

jueves, 25 de mayo de 2017

Adiós.

          El día en que te fuiste me di cuenta de que nunca había escrito nada sobre ti. Será que me faltaban las palabras que siempre me sobraron con otros, porque tú me diste más besos que letras tiene el abecedario. Porque contigo descubrí el placer del silencio cuando hablan las miradas. Tienes los ojos más bonitos de Madrid. Al menos los más bonitos que yo he sido capaz de contemplar durante horas sin sentirme intimidada.
Ahora que te has ido, podría decirte que sigo asomándome a mi balcón de madrugada, aunque ya nunca huela a tabaco ni sepa a tus besos. Debería confesarte que una de estas noches de ausencia, lloré al descubrir que el edificio gris de enfrente ya no tiene ningún encanto, que sin nosotros ha vuelto a ser ruinas entre tanto cielo. Te reconozco que fui feliz y de eso no tengo dudas, que confié en ti, en lo que decías y, sobre todo, en lo que me hacías sentir. Y que si protesté fue porque me importabas y me interesaban más las soluciones que el problema. Soy coleccionista de cosas sin sentido y ahora tengo tres mil doscientos besos en el cajón de mi mesilla, esa que no he vuelto a abrir desde que tú la cerraste por última vez una noche de primavera. Gracias por haber llenado de besos un cuerpo plagado de miedos, por haber escuchado atento mis mil y una noches, por haberme mirado dormir. Gracias, sí, pero no a ti ni a mí, sino a la vida que nos enseña que breve no es sinónimo de malo, que todo nos lo da. 
En realidad, sé que contigo dejé de escribir porque no había ni un atisbo de dolor en mi pecho, todo era alivio. Y que si tampoco dediqué ninguna palabra al amor es porque no llegó a haberlo. Es cierto, yo no llegué a quererte nunca, pero estuve tan cerca que cupé mis 168 centímetros de ilusión sincera. Por eso llevo días echándote de menos porque esta vez no tengo miedo a mi cama fría, pero me abrasa el bochorno específico de tu ausencia.
Esto es lo que verdaderamente soy: letras y cielo, dudas y amor, pasión y caos. Y con todo y eso, me valoro y me quiero sin justificaciones.
Te has ido y lo respeto.

Nos echo de menos y lo respeto.  


domingo, 21 de mayo de 2017

Vivir viviendo.

Verás, te escribo para avisarte de que durante tu vida vas a destrozar todo cuanto quieres un millón de veces. Debo decirte que andarás por caminos equivocados, en busca de piedras con las que ya has tropezado cientos de veces y aún no aprendes la maldita lección de que la piedra no te merece. Te preparo ya, porque vas a llorar hasta sentir que la desesperación se apodera de ti, y que estás derramando todas las lágrimas que han estado gestándose en tus bonitos ojos durante meses, sólo para que en esta ocasión puedan caer todas juntas. Te diré también que por mucho que encuentres personas que te quieran y te protejan, nadie, salvo tú misma, vas a poder vencer a tus fantasmas. Tendrás que asomarte debajo de la cama y apuñalar tus miedos o abandonarlos en cualquier esquina para que busquen a otra víctima. Vas a amar hasta que duela tanto que pienses que el amor es justo lo contrario a todo lo que te habían contado, y te preguntarás cómo cabe tanta ira en un sentimiento que supuestamente debería ser igual de bonito que el propio paraíso. Pues, sí, encontrarás ese paraíso, lo abrazarás como quien abraza a un ser querido en la zona de llegadas del aeropuerto, y lo cuidarás con el miedo perpetuo a que se rompa y te arrastre con él. Pero de lo que nadie te avisó es que hay pocas cosas en esta vida eternas, y que todo lo que amas acaba por sacar sus púas antes o después, pero aun así merecerá la pena haberlo intentado, te lo aseguro. Equivócate mucho y besa tantas ranas como necesites, pero después de todo, no caigas en el error de creer en príncipes, porque esos sólo están en tu cabeza. Busca a una persona le dé un verdadero sentido a esa palabra y llene tus días de sencillez y amor.
Te van a fallar y vas a fallarles, habrá días en que te venza la insolencia y te acuestes convencida de un pensamiento que habrá desaparecido al amanecer, dejando tras de sí ese estúpido sentimiento de no haber hecho lo correcto. No temas, afortunadamente todos nos equivocamos tantas veces como acertamos y nos sacudimos a nosotros mismos los errores que nos pertenecen. También van a fallarte aquellos que te han dado la vida y tendrás que hacer profundos ejercicios contigo misma para perdonar a dos personas que piensas que no tienen ningún derecho a decepcionarte, pero que, pese a su condición de padres, son tan humanos como tú. Vas a darte cuenta de que las sonrisas se regalan, se prestan y, por desgracia, a veces, hasta se hipotecan. Y que, hay muchas bocas mentirosas, que no se dan cuenta de que la mirada siempre les delata.
Habrá días que te levantarás con ansias de comerte el mundo, de marcar tus huellas en el suelo que pisas y de hacer tu propia revolución, y cambiar todo aquello que no consideras justo. Hazlo, aprovecha ese espíritu joven y rebelde y apuesta por tus ideales, que seguro que son más valiosos que la mayor de las fortunas. Y los días en los que te despiertes y te abrume el sólo hecho de pisar el suelo, cuando no encuentres más refugio que tu cama y ese nórdico en el que aún confías para hacerte invisible, recuerda que la tristeza también forma parte de esta vida que, a veces, es muy puta y trata mal a los que menos lo merecen. Pero que pasará y que seguro que en ese teléfono en el que te refugias para no desconectar completamente del mundo en los días de pena, hay un contacto dispuesto a matar monstruos por ti y salvarte de esa tristeza que hoy te sacude.
 Vive, vive a tu manera, pero vive.


miércoles, 17 de mayo de 2017

Nunca dejé de quererte.

No dejé de quererte el día en que me rompiste el corazón. No dejé de quererte el día en que te vi de la mano con otra, ni te quise siquiera un poco menos el día en que yo me entregué a los brazos de otro. No te dejé de amar porque me diera cuenta de que no merecías ni mi dolor ni mi pena, ni tampoco cuando descubrí que el problema estaba en que yo no podía solucionar lo que jamás me había pertenecido. No te hubiera abandonado por los rumores que me dejaron sorda y que hablaban sobre alguien que nunca fuiste tú conmigo. Qué sabrán ellos de tu abrazo, de tu debilidad, de la fuerza de tus pasiones, de la mirada sostenida rebosando amor. Así que no, tampoco por ellos te dejé de amar. No te quise menos la noche que bailé delante de ti con otro haciéndome la altiva para no mirarte; fingir indiferencia también es uno de los retos más difíciles que el amor me ha supuesto. Yo no sólo quería bailar contigo, yo quise hacer de lo nuestro el paso de baile definitivo para alcanzar el éxito, así que ésa noche, dentro de esa canción, te quise más que nunca. No te dejé de amar cuando mis amigas me dijeron que mirara siempre hacia delante y me olvidara de lo malo, precisamente porque ellas no podían entender la fuerza con la que yo me había mordido el labio antes de un beso de esos, denominados malos, y a la vez terriblemente perfectos. No se me rompió el amor de tanto usarlo en ninguna de las mañanas consecutivas en que me levanté pensando en ti, ni en ninguna de las noches de insomnio en que tu nombre rebotaba por mis paredes. Eso son tonterías, el amor de tanto usarlo se convierte en complicidad, es el roce hipócrita del cariño el que con el tiempo hace rozaduras. Y lo nuestro era amor, por eso no hay rozaduras si no cicatrices devastadoras colgando del escondite preferido de dos amantes. No te dejé de querer el día en que me propuse conocer a otros que merecían mucho más que tú cualquier minuto de atención, ni cuando me ilusioné con proyectos de futuro en los que tú no tenías cabida. Porque el resto de hombres pueden ser el plan de vida perfecto, el abrazo calmado, la atención desmedida, pero tú eras la propia vida dentro de mi vida y la expresión de felicidad más precisa que mi risa ha experimentado. No te dejé de querer en el transcurso de otros besos, porque aunque deberías salir perdedor en cualquier competición, lo cierto que lo que sentía por ti no tenía rivales.
Ya ves, mi niño, que no fue el tiempo, ni la distancia, ni las decepciones, ni el maldito silencio. Que no, que yo no te dejé de amar nunca, así que si no vuelvo es, únicamente, porque aprendí a amarme a mí misma.



miércoles, 19 de abril de 2017

Huecos y no excusas.

A medida que pasan los años –y los palos- dudo más de la existencia, incluso de la relevancia, de la eternidad. Ya hace mucho tiempo que no sueño con que el príncipe azul que me dio el primer beso se quede también a darme el último, más que nada, porque he descubierto que, afortunadamente, este cuento no va de príncipes y princesas, sino de momentos y experiencias.

La felicidad, el amor, la amistad, o el cariño, carecen de sentido cuando sus pilares se sustentan en base a promesas en lugar de a realidades, cuando terminan queriéndonos más por lo que ofrecemos que por lo que somos. A fin de cuentas, el tiempo es lo más valioso que tenemos y los sentimientos positivos son la mayor inversión en calidad de vida que podemos hacer.

Por eso, a medida que pasan los años –y los palos- el tiempo es cada vez menos mío para desaprovecharlo en todas aquellas cosas que cambié por una rutina gratamente elegida. Efectivamente, en mis días de diario ya no tienen cabida las largas tardes de siesta o lectura en el sofá; he regalado las horas parsimoniosas de ordenador a cambio de otras más productivas para el cultivo de la mente, o, simplemente y por pura necesidad, más prácticas.

Sin embargo, a su vez, siento que cada minuto me pertenece más que nunca, que lo estoy invirtiendo justamente en el trabajo que quiero, en los hobbies que acertadamente descubrí (como éste de la escritura), en el descanso que tan necesario y útil me parece ahora, y, sobre todo, en las personas que me complazco en elegir cada mañana.

Paso una media de 8 horas diarias trabajando, unas dos entre atascos y medios de transporte, más o menos dedico otras dos a comer, duermo en torno a siete horas, y dedico, mínimo, otra hora a aseo y acicalamiento. Y así es como, entre carrera y carrera, suspiro y resoplo, estrés y horarios, descubro que ese pedacito de día que sólo me corresponde a mí, aunque sólo sean cuatro horas, quiero dedicárselo a gente que me haga vibrar, que me instale una carcajada en el pecho, que me regale sin distracción su tiempo y se interese por ampliar mis horizontes más allá de una rutina previamente diseñada. Alguien a quien le valgan las citas de un miércoles por la tarde, pero también las de un sábado a mediodía, que comparta conmigo su rutina, sus inquietudes, sus miedos y me llame para celebrar un éxito. Alguien que brinde con el vaso lleno de energías positivas y me enseñe perspectivas diferentes desde el respeto que la mía propia merece. Alguien que no tenga miedo a equivocarse conmigo, que se pierda en mis ganas y se encuentre en mis ojos. Alguien cuya vida pueda ser también una maraña de responsabilidades, horarios, y hobbies que jamás debe abandonar, pero que busque siempre huecos en lugar de excusas para hacer de la monotonía una dicha en lugar de una derrota.


El tiempo es tuyo cuando lo compartes con quien quieres y cómo quieres, pese a que sólo sea cuando puedes.


sábado, 8 de abril de 2017

rend...IRSE.

Te dicen tarde que ser feliz también implica irse, decir basta, mudar la piel por otra nueva. Te lo dicen tarde. Te dicen tarde que no hay causa suficiente que justifique que te autodestruyas. Te lo dicen tarde, a veces nunca. A veces tienes que darte cuenta tú solo y abrir mucho los ojos tras chocarte contra el hormigón por ir sin frenos. Te lo dicen tarde y ya estás destrozado cuando logras escuchar una verdad que duele. Y es que nos han enseñado que rendirnos es de cobardes y de fracasados. Y no, mi vida, nada de eso.

Rendirse supone tragarse el orgullo, bucear en tus propias necesidades, y darle la espalda a lo que más has querido porque hace tiempo que te olvidaste de quererte a ti mismo. Rendirse es un ejercicio de amor propio absolutamente necesario en algunas ocasiones. Y al diablo con la toalla, la tiro porque me está ahogando desde hace mucho tiempo. Pero te lo dicen tarde, y el grito llega ya a la desesperada, como un huracán que lo arrasa todo. Rendirse, también implica crecer y eso no lo cuenta nadie. Conocer tus propios límites, arriesgar, perder, ganarse. Y entender que cuando se ha dado todo, no queda nada más por dar. Que sólo queda recoger los pedazos de tu historia y guardarlos en el baúl de los finales rotos. Porque esa es la única manera de que te entreguen las piezas para construir un puzzle nuevo.


Porque quien te quiere no te hace esperar, no te deja sufrir, no tolera que pierdas tu amor propio. Quien te quiere no te pide que luches, se queda a luchar contigo. Y cuando entiendes eso, cuando por fin te das cuenta de que no merece la pena competir por alguien o algo que jamás tuvo la valentía de quedarse contigo o de dejarte ir del todo, vuelves a mirarte a ti mismo con el amor que nunca debió faltarte: el propio. No, no vivo en un ring de boxeo y no pienso seguir luchando por alguien o algo que contraataca cuando menos me lo espero, porque uno de los golpes puede ser emocionalmente mortal, porque el alma también se rompe y sangra, y eso no se cura con puntos de sutura. Hoy me he rendido tras los mensajes de alarma de mi propio cuerpo, y he descansado como si llevara media vida corriendo descalza por el asfalto y al fin encontrara una cama caliente. Ríndete siempre que quieras, y con quién quieras, ríndete en todo aquello que no suponga ganarte a ti misma. Duerme tranquila, que ya no tienes que preocuparte por la seguridad de tu espalda, protege ahora tu frente y mantenla bien alta siempre.



martes, 28 de marzo de 2017

Que seas tú, que vivas.

Que no te impongan la felicidad, ni mucho menos la tristeza. Que no te digan que tus sueños son pequeños, o quizá, demasiado grandes. Que no juzguen de quien te enamoras. Que jamás olvides que el amor es libre. Que no te venzan las decepciones. Que no te falles a ti mismo. . Que incluso si lo haces, te perdones. Que no te peguen una etiqueta social que no dice nada de ti mismo. Que no te nieguen el derecho a equivocarte, a arrepentirte, a pedir perdón. Que no olvides que ningún tiempo pasado es mejor que el presente. Que tengas en cuenta que nadie sabe cuánto dura el inmenso privilegio de estar vivo. Que lo aproveches cada segundo. Que des las gracias, pero que jamás te quedes con alguien simplemente por agradecimiento. Que llores un par de horas, un par de días o un par de meses. Que llores cuanto necesites, y si puede ser, mejor de alegría. Que no reniegues ni mutiles tu propia pena. Que la dejes salir para que florezca y no se enquiste. Que te enamores mucho, como se enamoran los locos, pero que mantengas siempre la cordura de no olvidarte de quererte a ti mismo. Que grites libertad, que hables de paz, que prediques la alegría. Que te tachen de feliz, de idealista, de optimista, de utópica. Que te abracen mucho, muy fuerte, hasta que te exploten los miedos que guardas en las costuras de tu piel. Que te cosan las heridas con besos. Que bailes y descubras la pasión en un tango, la conquista en una bachata, el desamor en el tema de un cantautor. Que la música siempre te acompañe porque es melodía para la vida. Que te plantees todo cuanto crees saber y te estrelles contra tus propios prejuicios, hasta descubrir que crecer es plantearse constantemente las dudas y descubrirse a uno mismo.
Que lo vivas todo, lo bueno y lo malo, los fracasos y el éxito.
Que jamás dejes de intentarlo.

Que vivas y que te sientas vivo.


martes, 21 de marzo de 2017

Miedo.

He acariciado la felicidad de quien ve hacerse realidad sus sueños. Y he afrontado el miedo de echarlo todo a perder por una decisión precipitada. Así de incoherente es la razón; te tiras años y años esperando algo, luchando por ello con esfuerzo, y cuando por fin lo consigues te tiemblan las piernas por la incertidumbre de perderlo.



domingo, 12 de marzo de 2017

Hermanos.

Hermano:

Colgaría un lazo con tu nombre en cada una de las letras con las que se escribe la palabra gracias. Derramaría mi alegría sobre un papel en blanco para que jamás te sintieras vacío de arte. Inventaría formas nuevas de demostrarte mi amor a través de cosquillas o besos en la frente. Robaría un barco para pasearte por mar abierto, y que supieras que hasta los delfines esperan tu risa. Dibujaría la habitación en la que crecimos tantas veces como hiciera falta si alguna vez te falla la memoria. Defendería con mi vida tu vida, porque sé, que sin ti, yo sólo sería muerte. Suplicaría a mis cantantes favoritos que inventaran la canción definitiva para hacerte saber lo mucho que me alimentan tus abrazos. Colocaría mi zapatilla debajo del árbol de Navidad eternamente sólo por ver tu cara de ilusión la mañana del día de Reyes. Inventaría juegos nuevos para que no te aburras jamás de compartir momentos conmigo. Llamaría a todas las cadenas de televisión para que emitieran nuestros dibujos favoritos los domingos por la mañana. Mataría monstruos, fantasmas y traumas por ti, sin remordimiento alguno. Haría todo eso, haría mucho más, lo haría todo hasta agotarme, para descansar después en tu regazo.

Porque tú has sido el faro que guía al marinero, la pancarta de bienvenida en la terminal de un aeropuerto, la película rebelde de mi infancia, el olor indescriptible al abrir la puerta de casa, la cama compartida repleta de confidencias, y el peluche lleno de lágrimas y sueños que me acompaña desde niña. Tú eres mucho más que sangre, más que familia, más que amistad. Eres mi igual y por eso te quiero tanto, hermano.

                                     

miércoles, 8 de marzo de 2017

Día Internacional de la Mujer.

A la que ama su condición de mujer,
a toda aquella persona que se siente mujer,
a los que respetan sin excepción a todas las personas,
a los que apuestan por una educación en igualdad.

A la del pelo rubio, moreno, rojo, verde o azul, a las que se enamoran sin importar los colores, y han aprendido a amarse a sí mismas. A la de la falda corta o larga, a la que lleva siempre los pantalones de su vida, a la que se pinta todos los días los labios rojos de pasión y a la que jamás se maquilla, simplemente, porque no le da la gana. A la que lleva por bandera la igualdad y la defiende en cada acto y cada acción, también en las cotidianas, también en la expresión de las palabras que puedan ayudar a otras. A las que son madres y a las que no lo serán jamás, a las que valoran, escogen y deciden su propio futuro sin presiones sociales, laborales o sentimentales. A las que lloran y gritan, se enrabietan y se quejan, a las que identifican los problemas y buscan la solución. A las que asumen que la propia definición de humano nos vuelve vulnerables, equívocos, y sensibles, y dejan de buscar la perfección, la excesiva exigencia y la culpabilidad exacerbada. A las que eligen casarse y a las que deciden vivir solteras. A la que ven en los ojos de la compañera una necesidad de apoyo, de comprensión y de amor, y se lo entrega sin límite, tatuándose en el pecho la palabra sororidad. A la que siempre ha sido libre, a la que busca la libertad que nunca debieron arrebatarle, a la que ayuda a liberarse a otras. Por las que ya no están y jamás deberán caer en el olvido, a las que fueron asesinadas en manos de la violencia machista, para que sus nombres y su recuerdo impliquen siempre voluntad de cambio, implantación de medidas efectivas y reales para luchar contra esta lacra, y la movilización de todos los sectores de la sociedad. A las que se merecen un puesto ejecutivo de alto cargo y el machismo se lo niega, para que sean ejemplo de superación y se les dé el reconocimiento y visibilidad que merecen. A las que tantas veces se han sentido acosadas, humilladas, vilipendiadas o cosificadas como objeto sexual, para que no se le reste nunca importancia a su situación y se conciencie a la sociedad sobre la suma gravedad de estas conductas. A las que no se cansan de luchar en pro de la igualdad de oportunidades y derechos que como ser humano nos corresponde. A todas, pero también a todos, porque todos somos parte de este cometido: recordemos, que hoy no es un día de felicitación, sino de reivindicación, y que lo celebraremos todos juntos cuando el incansable esfuerzo por lograr lo que es nuestro se vea al fin cumplido, cuando los derechos de todos caminen de la mano hacia un futuro en igualdad, paz y respeto.

A ti, mujer, compañera, hermana, amiga, que te quede claro:

 Que no tienes porqué ser la súper heroína eterna, ni la mujer diana en la que los demás clavan los dardos de la culpa ajena. Que no eres frágil, ni torpe, ni inferior, ni ningún otro calificativo absurdo. Que no estás loca por reivindicar tus derechos, ni eres una exagerada por frenar cualquier actitud ofensiva. Que no eres bella por exigencia, ni acomodada por natural, ni mucho menos provocativa por libre. Ni mala por inteligente, ni tonta por bondadosa. Ni la mujer perfecta, ni la fea, ni la guapa, ni la alta, ni la baja, ni la gorda, ni la flaca. Ni la excepción a sus reglas, ni la regla de medidas tasadas en la que, supuestamente, debes encajar. Que hagas de tu cuerpo la extensión de tus ideas, que lo reconozcas frente al espejo, lo beses cada mañana y lo disfrutes como únicamente tuyo, con el poder de decisión que eso conlleva siempre. Que no intenten clasificarte, que no te pinten de rosa sino te gusta, que no te planten vestido sin decidir, que no te hagan presumiblemente débil, vulnerable o sumisa. Que tú no sólo eres una mujer, sino que puedes ser todas y cada una de ellas, que puedes ser quien quieras, como quieras, donde quieras y cuando quieras.

LIBRE.


Que se enteren de una vez, alto y claro, no pretendemos que nos aplaudan, ni procuramos que nos glorifiquen, ni necesitamos que nos representen. Que, simplemente exigimos, sin excepciones, que nos respeten en igualdad.