Ahora veo atardecer desde un sitio en el que a veces
hasta creo que no te echo de menos. Fíjate si es bonito. Fíjate si es mentira. Desde que estás tan lejos me pregunto si
hay un término medio entre echar de menos y echar de más, y supongo que eso
será el olvido. Pero yo nunca he sido de términos medios. Tú tampoco. Cuánta
historia nos cupo en aquel otoño. Todavía me dura el frío que no pasé, pero que
dicen que hizo. Yo sólo recuerdo que contigo todo era verano. También dijeron
otras cosas, como que qué feo lo nuestro, que qué intenso, que qué difícil. Y
yo no digo nada porque ya se ha dicho todo, y porque ahora ya para qué, para
quién. Si tú ya no y yo ya siempre sí, sin ti. Otras veces me sangra la lengua
de mordérmela, porque sigo empeñada en que a base de tragarme las palabras se
convertirán en olvido. Porque hablar de ti está pasado de moda. El amor no dura
tanto. Perdona, se me olvidaba que no
fue amor, pero que jamás al amor le llegó tan tarde el olvido. Qué tonta, a
veces me sigo equivocando. Era otra cosa, no amor. Y ya vendrán otros, ya
verás. Sí, claro, seguro. Y yo no digo nada porque ya se ha dicho todo, y
porque ahora ya para qué, para quién. Pero no vienen, sabes. Claro que lo sabes
porque allí tampoco van. O quizá sí. Me importa un bledo. Ahora todo está
ordenado: mi casa, mi cama, mis noches, mis rutinas, mi cabeza. Y tengo un corazón que se enamoró del
desastre, del desorden, de aquel caos. De mí contigo, de ti conmigo, del
futuro que no iba a ser pero me daba igual, de un presente sísmico. Y aquí
sigue el corazón que amaba errores viviendo dentro de una vida de orden. Una
vida que me gusta mucho más que cuando tú estabas y el mundo era del revés. Una
vida en la que, sin embargo, todavía no te desquiero.