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martes, 12 de abril de 2016

Droga.

He escuchado a una señora diciendo que para ella el tabaco es un placer, que se enciende un cigarrillo y es feliz. Maldito vicio que mata, he pensado yo. E instintivamente me he acordado de ti, de los meses en los que cada calada que llevaba tu nombre me iba matando poco a poco. De aquellos días tóxicos de esperas y vacíos, de frustración y mal genio por culpa de una ausencia que, en realidad, nunca estuvo presente. Qué estúpidos somos a veces, que teniéndolo todo a nuestro alcance, elegimos complicarnos la vida con decisiones que nos destruyen. Así es como yo te elegí a ti en el momento en el que la vida más me sonreía, asumiendo que iba a terminar enganchada a tu sonrisa y que eso me llevaría a perder la mía propia. Te elegí en aquellas noches en las que me buscabas y tu mirada me devoraba, a pesar de que eso implicara convertirme en culpable a la mañana siguiente. Siempre me he dejado encontrar cuando decidías encender la mecha de mis ganas, y así es como acabaste siendo la droga más adictiva del mundo. Cuando eso pasó, yo deje de ser libre, y como todos los adictos quise olvidarte a toda costa, y tras varias recaídas, tomé la decisión de desengancharme de golpe, porque poco a poco nunca se consigue. Levantarme día tras día con mono de tu piel, de tu olor, de tus formas y de tu boca. Pero lo conseguí, con un esfuerzo inimaginable, con millones de cicatrices invisibles para los ojos, pero muy dolorosas para mí y para los que me quieren. Tuve que asumir que ya no iba a volver a ser la de antes, que aquella mujer confiada e inocente que era cuando te conocí, ya no existía. Y, sin embargo, me encontré a mí misma queriéndome más que nunca, besando mis propias cicatrices, abrazando muy fuerte mi autoestima, y cosiendo cada una de las heridas que había sufrido mi orgullo. Me reconstruí y esto es lo que ahora soy: una mujer fuerte, valiente y segura que ya jamás te dejaría regresar. Una mujer en la que ya no tienes sitio, que ha superado la adicción más grave y se ha deshecho de todos los rastros de tu droga. 
Quizás es cierto y esa mujer es feliz cada vez que enciende un cigarrillo e inhala lentamente el humo del tabaco, pero quizás si pudiera volver a atrás rechazaría aquel primer ofrecimiento, cerraría para siempre esa cajetilla y se limitaría a ser adicta a la vida.