Léeme:

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domingo, 16 de diciembre de 2018

Queridos Reyes Magos:


Queridos Magos de Oriente:

            Este año he sido buena, entendiendo por buena a una mujer llena de defectos y virtudes que ha procurado no hacerle daño a nadie y ha aprendido a no hacérselo a sí misma con sus actos y decisiones. Una mujer que se ha caído y se ha levantado en múltiples ocasiones, tratando de no arrastrar a nadie al suelo con ella y buscando ayudar a levantarse unas cuantas veces a los que siempre son paracaídas en su vida. Buena, que no quiere decir santa ni perfecta, ni un proyecto de mujer diez.

            Majestades, quien aquí suscribe ha errado más de una vez durante estos 365 días, pero no le duele la boca por pedir perdón ni el corazón por perdonar. Es mi propuesta, como siempre, mejorar y crecer como ser humano, respetar la diversidad y ampliar la mente con opiniones divergentes. Es mi voluntad, por principios, respetarme a mí misma, a mi libertad y a mis sentimientos, cada día de cada mes que compongan el siguiente año.

            Por ello, Magos de Oriente, después de esa aclaración, me permito el privilegio de escribir una carta que contiene mis deseos más profundos. He decidido hacerlo con tiempo para que podáis intentar conseguir todo lo que en ella pido, y, sobre todo, para que me deis fuerzas a mí para lograr muchos de estos anhelos.

            En primer lugar, quiero pediros que a mi madre no le falte la sonrisa de ilusión de un niño, que honremos en cada detalle todos los que ella cuidó y mimó en su día para que nuestra infancia fuera un rincón de dicha y felicidad. También quería pediros que mi padre tenga los ojos brillantes de orgullo y emoción por cada uno de los logros de sus hijos y que el futuro le depare una vejez tranquila. No me olvido en esta carta de mis hermanos, para quienes os pido paz y proyectos felices, para que puedan seguir siendo el refugio necesario en cada una de mis tormentas.
           
            Majestades, os pido que los niños crezcan sanos, fuertes y llenos de amor, que su risa sea como el alivio de la lluvia en el desierto, como el abrazo que abriga. Que sus ojitos pequeños sigan rebosando ilusión al veros cada año en vuestra Cabalgata y se sepan cobijados y cuidados entre la multitud.

            Majestades, os pido que el amor sea sano y real, que no se disfrace de lo que no es ni se use para manipular. Por favor, que nunca se nos olvide el amor propio, y que reguemos cada día el respeto a nosotros mismos, porque sólo el que se quiere a sí mismo puede querer bien a los demás.

           Os pido, más que cualquier otra cosa, salud. Salud física y salud mental y emocional para afrontar una vida llena de estrés, caos y prisas. Que se mejoren los que enfermaron en 2018 y se invierta en investigación para que evolucionen todas aquellas enfermedades que tanto progreso necesitan. Que no olvidemos la relevancia de las enfermedades raras y el dolor de quienes piden avances en su tratamiento y prevención. Que adquiramos conciencia de que lo más importante está dentro de nosotros mismos y debemos luchar por mejorar. Salud para cumplir el resto de propósitos.

            Ya concluyo, Majestades, porque sé que tenéis muchas cartas que atender, pero me gustaría, por último, pedir que confiemos en la posibilidad de un mundo más justo y mejor. Que empaticemos con el de al lado y ofrezcamos nuestra ayuda a quien la necesite, que no seamos indiferentes al dolor del compañero y trabajemos para no llenar de odio los huecos en los que sólo debería caber el amor.

            Con todo mi cariño, una mujer que siempre será niña el 6 de enero.




domingo, 2 de diciembre de 2018

Diciembre ya llegó.

Mírale, ahí viene, ya llegó. Todo vestido de blanco, con olor a galletas, a recuerdos y a nostalgia. Ya está aquí diciembre, un año más, para recordarnos el sentido de la vida, que no es otro que el de vivirla al lado de los que queremos y nos quieren. Diciembre, para juntarnos con quien deberíamos juntarnos más, para abrazar a los nuestros y sonreír porque están. Ya viene la Navidad para rebuscar entre todos una solidaridad que debería reinar el resto del año, para acordarnos de los que menos tienen, para pedir a los Magos de Oriente que nos ayuden a hacer un mundo mejor. Mírale, ahí viene, con el recuerdo de los abuelos que marcharon y que tanto nos enseñaron; con la memoria de su fortaleza y el honor de seguir celebrando por ellos. Ya vuelven los villancicos de mamá y las cartas a los Reyes de tus sobrinos, el regalo sorpresa de tu mejor amiga y la mano en el bolsillo de tu novio. Ya está aquí para que no se nos olvide que la vida son planes, proyectos y fracasos, que quien no lo intenta no pierde, pero jamás gana nada. Viene para decirnos que otro año ha pasado de largo, fugaz como aquel deseo que pediste a la última estrella, como aquel amor de verano que te enseñó a amar. Ya está aquí y quiere que lo intentes de nuevo, que no te rindas y encares con entusiasmo otro periodo de exámenes, a sabiendas de que algún día verás hecho realidad tu sueño. Ya llegó y te susurra que te comas a besos a tus padres, que su sola existencia ya es el regalo más valioso de todos cuantos verás debajo del árbol. Diciembre y sus sillas vacías, su melancolía y sus tantas ausencias. Diciembre para recordar con amor a las personas que se marcharon, para celebrar con las que están. Ya llegó, y tras él, enero y su novedad animándote a cambiar todo aquello que no te hace feliz, poniendo atención a los detalles más pequeños y bonitos, a la sencillez de la amistad, a la grandeza del amor. 

Mírale, ya está aquí. Disfrútalo, ya llegó. Vívelo, es un mes.


jueves, 22 de noviembre de 2018

Gracias, superhéroes


            Hay unos superhéroes de bata blanca dejándose la piel cada día para salvarnos a todos. Tienen la virtud de ser muy veloces cuando corren por largos pasillos y cuando, en tan sólo unos segundos, tienen que tomar las decisiones más importantes de la vida. También tienen el don de saber tocar la tecla exacta para que los corazones bombeen correctamente, para que los niños sean capaces de sonreír en el lugar donde nunca deberían haber estado y para que los abuelos se sientan como en casa junto a ellos.

            Obtener el título de superhéroe no es una lotería ni un premio, de hecho les cuesta años, sacrificio y tesón conseguir la ansiada bata. Además, el cargo les carga de responsabilidades, de días difíciles y de batallas por librar.

            Por unos motivos u otros, en los últimos años he tenido varias experiencias médicas que, con independencia del resultado, me han hecho darme cuenta de la suerte de equipos socio sanitarios que nos atienden.

            Por eso, desde esta plataforma que, como siempre digo, nace del y para el amor, quiero aprovechar para dar las gracias a esos magos de bata blanca y sonrisa delicada, a los ingenieros de la cirugía, a los expertos en la salud de nuestros niños, a los valientes que se enfrentan a la dureza de una planta de oncología y lo hacen, además, con el mejor talante y comprensión.

            Gracias a los enfermeros y a las médicas, por no desfallecer nunca, por pasar horas y horas cubriendo las urgencias con cientos de casos y pacientes diversos, sabiendo cómo actuar en cada momento, sabiendo tranquilizar a familiares y, en muchos casos (los peores) teniendo que ser mensajeros de malas noticias.

            Gracias por las dosis de esperanza científica que ponéis al explicar un tratamiento, por coger las manos de nuestros mayores cuando os cuentan vivencias que van mucho más allá del estado de salud, por ser seres pacientes y sacrificados con vuestra gran labor.

            Gracias a los celadores, a los auxiliares y a absolutamente todos los profesionales de la rama sanitaria, que con esmero y optimismo hacen mejor la vida de los pacientes en las circunstancias más complejas.

            De verdad, gracias. Porque sin cada uno de vosotros que un buen día os sacrificasteis para sacar adelante una carrera de enorme dificultad y más tarde una especialidad, no sería posible gozar de la sanidad que tenemos y hacerlo, además, con plena confianza en vuestro modo de actuar. Jóvenes estudiantes, aspirantes a medicina, enfermería, o a cualquiera de sus ramas, no os desaniméis, no os rindáis, no perdáis la esperanza, porque algún día alguien os mirará a los ojos poniendo toda su fe en vosotros. Porque algún día alguien cogerá vuestra mano, -quizá todavía pequeñita, quizá ya arrugada-, para transmitiros su confianza en vuestra capacidad y talento.

            No puedo olvidarme de los que dedicáis vuestra vida a la investigación y a la búsqueda de nuevos tratamientos, porque hacéis posible la mejora en la calidad de vida de miles de personas y la curación de otras muchas.

            Desde aquí, quiero también hacer un llamamiento a todos los que acudimos a los centros sanitarios, para pedir la misma paciencia con el resto de pacientes y con los profesionales de la sanidad, que requerimos cuando se nos atiende.

            De corazón, gracias.




domingo, 4 de noviembre de 2018

B A S T A


A veces la vida se parte y te sacude la impotencia. A veces te golpean las noticias malas o se hacen realidad los temores más oscuros. A veces la realidad supera la ficción y las películas te hacen protagonista sin tú quererlo. A veces, de la peor forma posible, te das cuenta que la vida no sigue siempre un camino recto hacía delante, que a veces, incluso, el ritmo se ralentiza y la dirección es marcha atrás. Y es entonces cuando te acuerdas más de todo aquello que te queda por hacer que de lo que ya has hecho. Por eso, déjame que te dé un consejo:

Basta de posponer tus sueños. Basta de creerte incapaz de conseguir lo que te propongas. Basta de no atreverte a hacer lo que realmente te apetece. Basta de perder tu valioso tiempo con quien no te da la importancia que mereces. Basta de anclarte a relaciones que no te hacen feliz. Basta de acobardarte ante el fracaso. Basta de no dar todos los besos que te apetecen. Basta de no querer con todo el alma por miedo a equivocarte. Basta de avergonzarte por haberte equivocado. Basta de no amar tus imperfecciones y errores. Basta de reservar ese viaje que tanto deseas para un futuro que nadie te asegura que llegará. Basta de no darle los suficientes abrazos a tus amigos. Basta de no agradecer cada día lo bonito que es estar rodeado de personas que son paracaídas. Basta de no disfrutar de ese baile en la cocina o del sexo en el sofá. Basta de dejar que te venza la pereza. Basta de no tratar de llegar a lo más alto que desees llegar. Basta de conformarse por miedo. Basta de no darle a tu madre todos los achuchones que merece. Basta de no compartir con tus padres todos los momentos que ellos un día te regalaron a ti. Basta de perder el tiempo en discusiones que no llevan a ninguna parte. Basta de tanto móvil y tan poca realidad. Basta de no acariciar con amor a tus abuelos. Basta de no intentarlo, siempre, una vez más. Basta de cumplir estereotipos y normas sociales impuestas. Basta.

Porque ahora crees que el miedo incapacita, que el fracaso avergüenza y que el rechazo te humilla. Pero un buen día es la vida la que dice basta y no pregunta. La vida que es tan maravillosa que a veces se permite el privilegio de ser muy cabrona, de juntarse con quien no debe y poner límites a ese futuro infinito que nosotros creemos tener en nuestro poder. Y le va a dar igual si has declarado tu amor al amor de tu vida, si le dijiste te quiero a tu mejor amigo o si le dijiste a tus padres lo agradecida que estás de ser su hija. Le va a dar igual eso y los bienes materiales que tengas. La vida no se vende, no se somete, no atiende a razones. Así que disfruta hoy, besa hoy, aprovecha hoy, baila hoy y quiere a raudales hoy.



jueves, 20 de septiembre de 2018

Miedos.

A veces tengo miedo. Un miedo oscuro, punzante, pesado, nocturno, real aunque imaginario. A veces tengo miedo. Miedo a que no me quieran. A no volver a querer a nadie igual. A suspender los exámenes. A quedarme sin trabajo. Miedo. A que no suene el teléfono. A que suene para avisar de una tragedia. A los accidentes. A volar. Miedo a perder a mi padre, porque no soportaría la orfandad de quien me enseñó a ser. Miedo a que enferme mi madre, porque su dolor me incapacitaría. Miedo. A la vejez.  A envejecer sola. A no llegar a vieja. A suspender la oposición. A aprobarla y que no me guste el trabajo después. Miedo a tener que marcharme de mi ciudad. Miedo a tener que volver a vivir allí. Miedo a la intolerancia. Miedo al dolor. A veces tengo miedo al miedo. Miedo. A no gustar a los demás. A no gustarme a mí misma, qué horror, qué miedo. Miedo a morir sin haber hecho nada interesante. Miedo a no calar en la vida de nadie. Miedo a que el último beso sea de verdad el último. Miedo a no volverle a ver. Miedo a cruzármele en la esquina de la calle por la que me da miedo pasar. Miedo a que me ahoguen los pagos. A hablar en público. A hacer el ridículo. A equivocarme. Miedo. A quedarme embarazada. A no poder hacerlo jamás. A la paternidad y sus responsabilidades. A no ser una buena madre. A que me sean infiel. A enamorarme de otro. A las alturas. A la oscuridad. Miedo. Miedo a la vergüenza que me da reconocerme débil. Miedo. A no ser suficiente, bastante, demasiado, excesiva. Miedo a los ruidos del techo, de la puerta, del sótano. Miedo. A que me quieran sólo por mi físico. Miedo a que nadie me quiera por mi físico. Miedo a pasarme de lista. A que me tomen por tonta. Miedo a la cobardía. Miedo al dolor de mis hermanos, que es tan inevitable como inaguantable. Miedo a que me dé un infarto al corazón roto. Miedo a perder el tiempo en tonterías. Miedo a exigirme demasiado. Miedo. A perder la inspiración. A que se me acaben las palabras. A defraudar a los que esperan de mí una letra.

Miedo.
Miedo.
Miedo.
Miedo.

No todos míos. Algunos prestados, enumerados, ocurridos, verbalizados al azar. Miedo. Miedo, yo que no hay virtud en el mundo que valore más que la valentía. Yo, que me los trago. Tú, que te los callas. Él, que los grita. Ella, que los evita. Ellos, que los afrontan. Miedos. Humanos, naturales, personales, fundados o sin razón. Miedos. Miedos que no reconocemos, que guardamos en cajones al borde del llanto. Que volcamos en sábanas ajenas esperando que no nos persigan. Que no expresamos. Miedos que nunca desaparecen con el silencio, que deberían servir para acercarnos, para abrazarnos más, para querernos mejor, para empatizar sin fisuras. Miedos que tendrían que obligarnos a conversar con lágrimas y sin ellas, con risas y entre bromas, con ánimos y abrazos. Miedos a los que jamás deberíamos permitirles decir que nos vamos a la cama porque tenemos mucho sueño, cuando en realidad tenemos mucho miedo y nos apetece hablar de ello. Miedos que no tendrían que avergonzarnos, sino ayudar a conocernos, a querernos a nosotros mismos, a comprendernos, a liberarnos, a abrazarnos. El miedo es tan normal como lo es la alegría, el amor o la tristeza. Te lo digo siempre y nunca es suficiente: quiérete.


domingo, 9 de septiembre de 2018

Sí a la vida.


No te conformes nunca con menos de lo que mereces. Y no olvides jamás que lo mereces todo. No te creas a los que hablan de sus vidas como si fueran perfectas en cada uno de sus días. Y no olvides que la perfección es tan subjetiva como la belleza. No subestimes tus capacidades y no dejes de celebrar ni uno solo de tus méritos. No perdones lo que consideras imperdonable, pero no te llenes de ese rencor rancio que ensucia las almas bonitas. No tengas miedo a la novedad y no le temas al compromiso de lo estable. No dejes que te digan que no es para tanto lo que para ti es un mundo y no te quedes con los que hacen de tu mundo un lugar sin relevancia. No te estanques en lo que ya conoces, pero no dejes de lado a aquellos que realmente te conocen. No cambies lo que eres por lo que esperan que seas y no te canses de mejorar para ti misma. No dejes de decir no a lo que te daña y sí a lo que te alegra.
Sí al amor. Sí a la vocación. Sí a jugar como un niño. Sí a reír a carcajadas. Sí a llorar cuando haga falta. Sí a la amistad. Sí a bailar bajo la lluvia. Sí a saltar encima de la cama. Sí a los besos. Sí al abrazo de mamá. Sí al consejo de papa. Sí a la tarta de chocolate. Sí a la constancia. Sí a correr al atardecer. Sí al olor a campo. Sí al sonido de las olas del mar. Sí a vivir a tu manera. Sí a tus defectos. Sí a tus virtudes.

SÍ A LA VIDA.



domingo, 29 de julio de 2018

El día que te enamoraste.

       Todos conservamos un amor magnánimo en el olvido que no se olvida, en el silencio que grita, en la música que ya no suena, en las palabras que ya no existen. Todos conservamos un amor maltrecho, nunca acabado y siempre maldito, erróneo y triunfal, bello en sus defectos, imposible pero real. Todos conservamos un amor inmenso que no pudo ser, pero fue. Y tú, eres el mío. Aunque ya no te escriba, pues durante un tiempo tuve pánico a desangrarme por los dedos de tanto escribirte, aunque ya no hable de ti porque no tenga nada que decir, aunque ya no mencione tu nombre como una quimera, sino como un ascenso en la carrera de obstáculos que tuve que superar para superarte. Aunque ya no, nunca jamás, tú sí, siempre, conmigo.

         Verás, un día te dije que te había mentido, y lo cierto es que no he parado de hacerlo desde entonces. Te mentí cuando dije que te había olvidado, pero también cuando te dije que no vendrían otros. Porque sí que vinieron, sabes, otros ante quienes me desnudé en cuerpo y alma, que supieron tocar teclas aproximadas, nunca exactas, pero a veces suficientes. Otros cuyo final nunca significó un precipicio, ni siquiera un fracaso, porque nunca fueron para mí un verdadero destino, sino, únicamente, el salvoconducto de tu huida. Pero vinieron otros y me despreocupé por dónde ibas tú, mucho más por con quién lo hacías. Sin embargo, has vuelto una y otra vez a mí, como el eco de un grito que te recuerda quien eres, como vuelven los marineros al sitio que les vio nacer cuando se ahogan entre la belleza del infinito mar. Como vuelve a casa quien, en realidad, nunca se ha marchado del todo. En definitiva, como si te sintiera parte de mi hogar en mitad de tantas aventuras.

         Has vuelto tantas veces, que, a veces, se me olvida que olvidarte era justo y necesario. Que todavía habrá quien quiera suprimir una sola más de mis letras hablando de ti, porque no las mereces. Pero el amor no es una cuestión sencilla, por mucho que tratemos de simplificarlo en estos tiempos que corren. El amor no es sólo una elección, aunque consista en elegirse por encima de todo a una misma. El amor no es decidir olvidar mañana a quien te conviene y comenzar de cero con quien te compensa. El amor no es estadística, ni matemáticas. Y si es ciencia que me arranquen tu olor del pecho.

         Todos tenemos un amor que nos costó superar más de un verano y más de siete navidades. Un amor que todavía nos hace estremecernos al pasar por la calle en la que nos dimos ese primer beso. Un amor que nos hace mirar con insuficiencia todo lo demás, porque el conformismo, cuando se ha tocado el cielo, sabe a muy poco. Un amor que nos enseñó a amar y también a equivocarnos, pero, sobre todo, a amarnos a nosotras mismas. Un amor al que hubiéramos vuelto cientos de veces porque nada era más sensato que ser feliz.

         No importa si ese amor te acompaña ahora, si duró dos noches de verano o una noche de Navidad, si le besaste por última vez hace tres años, dos lustros o una semana. No importa si fueron las circunstancias, la juventud o el maldito orgullo lo que os separó. No importa si ya no puede ser o si todavía crees que es posible. No importa si ya rehízo su vida, si tú ya eres feliz en otros brazos, o si ambos estáis en paz sin pareja. No importa si el destino te llevó a vivir lejos, o si seguís cruzándoos en la plaza de siempre, en la ciudad de siempre, la que os vio crecer, amar y decir adiós en los mejores años de vuestra vida. No importa que olvidaros fuera la meta y quereros se convirtiera en la mejor carrera de juventud. Porque si has llegado hasta aquí es porque hay un nombre rebotando en tu cabeza. Porque si todavía estás leyendo es porque durante un lapso temporal fuiste tan feliz que no sabías expresarlo en palabras, pero eran bastantes las sonrisas. Porque aquel sábado de noviembre sentiste que la vida te daba un premio tan valioso que pediste tres veces poder parar el tiempo. Porque tuviste el privilegio de amar y ser amada, y eso, en estos tiempos que corren, es una suerte que sólo pueden valorar los que han podido experimentarlo.




lunes, 11 de junio de 2018

Lo estás consiguiendo.


Tienes un pinchazo en el lado izquierdo del pecho. Un pinchazo que late con cada minuto que corre en tu contra, quién sabe si a tu favor. Un pinchazo por cada decimal que necesitas para entrar en esa carrera, o en esa Universidad, para aspirar a una nota media tasada en función del número de alumnos que aspiran a un futuro similar al tuyo. ¿Recuerdas cuando le decías a tu madre que querías ser médico y salvar vidas? ¿Y de aquel día que construiste tu primer mecanismo en tecnología y decidiste que querías ser ingeniero? Y tú, ¿te acuerdas cuando le contabas a tu hermano que tu sueño era ser abogado para defender a los demás de las injusticias? ¿O cuando te abriste un blog para ir abriéndote paso en el mundo del periodismo? Yo sí. Yo me acuerdo de la voz de mi conciencia susurrándome que me levantara a horas intempestivas para repasar una vez más un temario molido. Recuerdo el agotamiento debajo de mis ojos y los bostezos en el autobús de camino a un examen. Recuerdo las manos temblando antes de darle la vuelta al folio, los subrayadores de colores infinitos y el primer café de la mañana. Pero, sobre todo, recuerdo a mi amiga abrazándome después de un examen, a mi padre diciéndome que estaba orgulloso de mí, a mi abuela preocupándose por si comía y dormía en condiciones. Recuerdo a todos los que forman mi vida y me han demostrado durante los meses de esfuerzo, sacrificio, sudor y lágrimas que mi vida es mucho más que una nota, que se compone de apoyo y cariño, de besos salvavidas y palabras de suerte. Por eso, hoy quiero decirte que te calmes y respires profundo, que te enorgullezcas de tu esfuerzo y, como ya te dije una vez, que no te rindas. Que no te rindas porque estás empezando a vivir y tienes por delante una carrera larguísima de triunfos y derrotas, de alegrías y sinsabores, de logros y decepciones. Una carrera que te formará como profesional y te enseñará los conceptos básicos para desarrollar una labor con la que llevas soñando más de media vida. Y que, además, te aportará otras innumerables aptitudes para hacer frente a las adversidades laborales y personales, porque las habrá, pero estoy segura de que sabrás superarlas si consigues mirar cada dificultad como una oportunidad de mejorar y no te cansas de intentarlo. La vida es la acción de vivir y no hay mayor triunfo que aprovecharla al máximo. No te rindas, porque, aunque no lo creas, ya lo estás consiguiendo.




jueves, 7 de junio de 2018

Ojalá.


Ojalá que veas el agua correr y no le temas, que aprendas a tirarte a la piscina para nadar hasta lo que deseas. Ojalá que rías muy fuerte y sepas curar la pena a carcajadas. Ojalá que nunca le tengas miedo al miedo y afrontes la adversidad como una oportunidad de crecimiento. Ojalá que te equivoques de formas muy variadas y comprendas que ese privilegio también es parte del vivir. Ojalá que ames a raudales y quieras a rabiar, que nunca te parezca de débiles demostrarlo y soluciones los conflictos con palabras y besos. Ojalá que creas en la libertad por encima de todo y defiendas tus ideas con respeto y pasión. Ojalá que seas ministra, astronauta, abogado, agricultor, periodista o poeta, que seas lo que quieras ser, pero, sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, que seas buena persona. Ojalá nunca te sea indiferente el dolor ajeno, ni el propio, y observes con perspectiva el mundo que te rodea. Ojalá me veas siempre como un apoyo, porque te prometo que yo evitaría el invierno con tal de que no pasaras frío, que pondría mis rodillas en cada una de tus caídas para evitarte el golpe, que protegería tu corazón de intrusos para que no te lo rompieran y velaría todos tus sueños para que se hicieran realidad. Que yo por ti sería medicina y tirita, súperheroína y ángel de la guarda, memoria y olvido, almohada y comodín. Pero no puedo, porque no puedo protegerte de la vida, quiero que la vivas y que la vivas libre y completa. Ojalá que la disfrutes al máximo, que cantes en la ducha y bailes hasta el amanecer, que te esfuerces por superarte, abraces tus propios éxitos y cuides con mimo de tus fracasos. Ojalá que seas tú mismo y estés lleno de imperfecciones, que te ames y te respetes con todas ellas y no caigas mucho en ese esfuerzo de aparente perfección que tanto se predica hoy día. Ojalá que te quieras tanto tanto como yo te quiero a ti.



miércoles, 9 de mayo de 2018

Todavía no.


Ahora veo atardecer desde un sitio en el que a veces hasta creo que no te echo de menos. Fíjate si es bonito. Fíjate si es mentira. Desde que estás tan lejos me pregunto si hay un término medio entre echar de menos y echar de más, y supongo que eso será el olvido. Pero yo nunca he sido de términos medios. Tú tampoco. Cuánta historia nos cupo en aquel otoño. Todavía me dura el frío que no pasé, pero que dicen que hizo. Yo sólo recuerdo que contigo todo era verano. También dijeron otras cosas, como que qué feo lo nuestro, que qué intenso, que qué difícil. Y yo no digo nada porque ya se ha dicho todo, y porque ahora ya para qué, para quién. Si tú ya no y yo ya siempre sí, sin ti. Otras veces me sangra la lengua de mordérmela, porque sigo empeñada en que a base de tragarme las palabras se convertirán en olvido. Porque hablar de ti está pasado de moda. El amor no dura tanto. Perdona, se me olvidaba que no fue amor, pero que jamás al amor le llegó tan tarde el olvido. Qué tonta, a veces me sigo equivocando. Era otra cosa, no amor. Y ya vendrán otros, ya verás. Sí, claro, seguro. Y yo no digo nada porque ya se ha dicho todo, y porque ahora ya para qué, para quién. Pero no vienen, sabes. Claro que lo sabes porque allí tampoco van. O quizá sí. Me importa un bledo. Ahora todo está ordenado: mi casa, mi cama, mis noches, mis rutinas, mi cabeza. Y tengo un corazón que se enamoró del desastre, del desorden, de aquel caos. De mí contigo, de ti conmigo, del futuro que no iba a ser pero me daba igual, de un presente sísmico. Y aquí sigue el corazón que amaba errores viviendo dentro de una vida de orden. Una vida que me gusta mucho más que cuando tú estabas y el mundo era del revés. Una vida en la que, sin embargo, todavía no te desquiero.




miércoles, 14 de febrero de 2018

Celebrar el amor.

Que te quieran mucho, a raudales, y que te lo demuestren todos los días del año. Que te miren con amor cuando llevas el moño mal hecho del domingo y cuando llevas tu mejor vestido de fiesta. Que se enamoren de tu pelo despeinado o de tu barba de tres días. Que te cuiden con pequeños detalles y te hagan reír en grandes carcajadas. Que te escriban un mensaje bonito un 14 de febrero y un 26 de marzo, que te llenen de besos todos los miércoles por la tarde y te abracen todos los sábados por la mañana, pero, sobre todo, que te hagan sentir prioridad todos los días de la semana y no te dejen irte a dormir con agonía ninguna noche del mes. Que te sorprendan e inventen mil planes compartidos. Que se invente el tiempo disponible para estar contigo, que le valgan cinco minutos en tu portal o toda una vida en tu dormitorio. Que dibuje un proyecto por cada excusa que pusieron otros y nunca se canse de impulsar tus sueños. Que quieras mucho, a raudales, y que lo demuestres todos los días del año. Que te sientas orgullosa de las personas que te rodean y encuentres un hogar en los brazos de quienes te acompañan. Que aprendas que el amor es humilde, sano, confortable y eufórico, y que no hay nada más inexplicable que sentir que te va a estallar de ilusión el pecho. Hazme caso, que nunca te canses de querer, de querer a tus padres, a tus amigos, al trabajo de tus sueños, a tu fiel mascota, a tu pareja o a tu persona especial, sin etiquetas. Que lo celebres hoy si te apetece, y mañana si te vuelve a apetecer, que soples confeti e hinches globos, que montes una fiesta de disfraces o inviertas un poco más de tiempo en ti, que nunca pierdas ni un ápice de amor por la vida. Sal a celebrarlo, da igual si se trata de ir a comer nachos con queso con una amiga, o a una cena con velas con tu pareja. Da igual si es al cine o a patinar, a comer bombones o a exprimir todas las series posibles delante del ordenador. Que no tiene porqué ser París o Roma, que puede ser Madrid o la esquina derecha de tu cama. Que lo único importante, óyeme bien, es que siempre te sientas querida, que nunca te canses de querer y que jamás dejes de quererte. 


sábado, 3 de febrero de 2018

V I V E.

¿Y si no te llama? V I V E.
¿Y si no te contesta? V I V E.
¿Y si no le gustas? V I V E.
¿Y si no hay de tu talla? V I V E.
¿Y si estás flaca? V I V E.
¿Y si hablan de ti? V I V E.
¿Y si te tropiezas? V I V E.
¿Y si te decepcionan? V I V E.
¿Y si te mienten? V I V E.
¿Y si el agobio un día te puede? V I V E.
¿Y si un examen sale mal? V I V E.
¿Y si ya no le quieres? V I V E.
¿Y si te equivocas? V I V E.

Vive y nunca dejes que tu vida dependa de alguien. Y si las cosas no salen como esperabas, sigue esforzándote, sigue soñando, sigue buscando las opciones para cumplir esos sueños. No renuncies a enamorarte porque un amor se acabó. No rechaces a todo el mundo porque alguien te falló. No martirices tu futuro por haber cometido un error. Aprende a pedir perdón. No te pares, no dejes que te paren. No te aferres a nadie por ese miedo estúpido a lo que vendrá. No dudes de tus capacidades, no hagas lo que no te gustaría que te hicieran. Y no pierdas energía y tiempo en quien actúa con maldad. Ponte la sonrisa y saca pecho de tus cicatrices. Aprovecha cada momento y bésate.
Y mientras todo eso pasa, sigue viviendo.


domingo, 28 de enero de 2018

El acierto es querer(ME)

Yo quería ser tu inspiración, servirte de viaje, prestarte mis alas para que volaras libre. Yo quería ser el espejo en el que te miraras, la ventana a la que te asomaras para ver el futuro, la espalda en la que quisieras amanecer todos los días de tu vida. Yo quería que me quisieras siempre, que no pudieras olvidarme jamás, ser la huella con la que toparas en todos tus caminos. Yo quise ser la piedra en la que se tropieza una y otra vez, sin darme cuenta, claro, que la que se caía siempre era yo. Yo quise estar a tu lado, incluso, qué más me daba, detrás de ti. Yo no quise, pero tampoco me importó, ser la sombra de toda tu luz, o darte luz cuando todo se quedara a oscuras. Yo quise estar siempre disponible para impulsar tus sueños, ser la barca que salva, la mano que cuida. Yo quise, con todas mis fuerzas, que saliera bien, que no se rompiera la magia, que no se transformara en el truco que finalmente fue. Todo esto fue un error. Y el problema es que cuando quieres algo con todas tus fuerzas y ese algo no funciona, las fuerzas desaparecen.

Pero un buen día, cuando retomas la ilusión en todas aquellas cosas que son únicamente tuyas y de ti, cuando te das cuenta de que errar es humano y de que si hay alguien que se merezca otra oportunidad eres tú misma, empiezas a vivir de nuevo, con las mismas ganas, y un plus de experiencia. Empiezas a besar tus cicatrices, a bailar al son de la felicidad, a disfrutar libre, sin esperas ni impaciencias, sin desplantes ni mentiras. Y te das cuenta, ahora sí, porque yo lo merezco, que no quieres gustar a todo el mundo, ni siquiera a un tercio del mundo; que conoces tus arrugas de sonreír, tu risa inoportuna, tu afán por la cultura, tus lunares de la espalda, tus anécdotas más ridículas y tus temores más sufridos. Que conoces tus grandes virtudes y tus peores defectos y sabes lo difícil que fue librar alguna de tus propias batallas. Que sabes lo insoportable que puede resultar esa manía de madrugar demasiado, o ese detalle de dormirte siempre a mitad de una película. Que entiendes que a veces te ríes sin que venga a cuento de puros nervios, y otros días, en cambio, sólo te apetece estar sola y cuidar de ti. Que sí, que algunas veces eres insegura, aunque por lo general te quieres comer el mundo y pecas de un optimismo inusual. Que no eres perfecta, y menos mal. Y que ya no quieres gustarle a todo el mundo, ni siquiera a un tercio del mundo, porque, ¿saben qué? Que te gustas a ti misma, y eso es lo más importante a lo que se puede aspirar. Y no pides que nadie lidie con todas esas flaquezas y grandezas, porque ahora sólo tienes un requisito esencial: que quien se quiera quedar, jamás intente cambiarte.



domingo, 21 de enero de 2018

Pero por mí primero.

Hace algunos meses, cuando todo estaba oscuro, yo no podía creerme que en algún punto concreto volvería a salir el sol en mi vida. Era incapaz de confiar en los que me decían que el daño siempre termina por difuminarse tras la cortina invisible de los proyectos futuros. No sabía que volvería a sentarme a escribir una mañana de domingo y me saldrían palabras sin rabia, que dejaría de romper lapiceros en la última letra de tu nombre y los sustituiría por los de las personas que me quieren.
Yo viví el amor de una forma tan pasional, como devastador fue el dolor en el que se transformó su ausencia. Y, aunque durante algún tiempo me sentí perdida en mis propios pensamientos y abandonada por la suerte, después comprendí que llorar es tan necesario como reír, como besar, como abrazar y perdonar.
Por todas esas fases tuve que pasar antes de enamorarme nuevamente, de descubrir en una persona, que antes no veía, la felicidad más plena, y sonreír pensando en los planes que estaban por llegar, los viajes que me quedaban por organizar y las maletas que llenaría de ilusiones nuevas. Esa persona era yo misma, mirándome por primera vez en un espejo más benevolente y justo del que había usado hasta ahora, un espejo que me decía que no tenía porque consentir ni un solo desprecio, que no tenía que dar todo de mí cuando lo que recibía eran migajas, que yo me merecía mucho, me lo merecía todo y no pensaba conformarme nunca más con menos de eso.
El amor a los demás me hizo perdonar y el amor propio me hizo no olvidar lo que no quería que volviera a repetirse jamás. Y así, bajo el sol de mayo, el frío de diciembre y el aire aventurero de octubre, se me cerraron las heridas que me hice en guerras absurdas y luchas de egos con la persona con la que se supone que debería haber sembrado amor sin ruinas. Me curé, se convirtieron las heridas en las cicatrices más bellas, las que sanaron gracias a la valentía de decir adiós a la toxicidad y la deslealtad. Y hoy, soy una persona que solo se ata a la vida, que no sabe si el amor volverá a llamar a su puerta vestido de ilusiones nuevas, pero que sabe identificar con precisión lo que no tolerará de nuevo y lo que no consentirá jamás.

Puede que sí, que me enamore y vuelva a darlo todo por alguien, pero hago una promesa, nunca me olvidaré nuevamente de quererme a mí misma.