Te parecerá mentira que al abrir esta carta todavía sus hojas huelan a la colonia que me regalaste. Te parecerá mentira que asuma que no he tirado los anillos, ni rompí las fotos, que he cerrado el pasado, pero que me hizo aprender tanto, que elijo no borrarlo. Y que estas letras son lo mínimo que le puedo dedicar a alguien con
quien compartí vuelos infinitos por el cielo de nuestra ciudad.
Quiero que sepas que no espero que esta carta
termine en un beso apasionado, sino en un abrazo lleno de ternura. Y espero que no te ciegue el ego ni la soberbia y entiendas, que en ella ya no hay una declaración de amor, pese a que fuera ése el sentimiento que definió nuestra historia. No pretendo
que después de ella pase por tu cabeza la idea de una reconciliación, que de
sobra sabemos, terminaría en un nuevo fracaso, porque de eso ya tuvimos demasiado.
Quizás si hubiéramos descubierto antes que los intentos por
aferrarte a una relación tienen un cupo máximo, habríamos salido con menos
heridas de aquella historia que tanto daño nos hizo. Pero ni siquiera de eso me
arrepiento.
Permitirme decir adiós sin culpas y verte marchar sin rencores han sido las decisiones más sensatas de mi vida. Por eso, en esta carta no voy a dedicarte ni un sólo reproche, porque ya no
te los mereces, es más, te mereces toda la felicidad del mundo junto a alguien
que de verdad te haga sentir todo aquello que tú y yo sentimos al inicio, incluso más, si es que se puede. Porque ojalá lo sientas todo: el amor, la ilusión, la pasión, la complicidad y la lealtad. Ojala
que te enamores y que los besos de esa persona te parezcan los primeros, y ojalá, también, que su risa te
parezca un huracán de libertad en el que quieras quedarte a vivir, sin que te
haga falta buscar aventuras en otros dientes.
Por mi parte, quiero que sepas
que esta felicidad que ahora contemplas desde lejos, esa risa descarada que
perdí al final de nuestra relación, y que tanto me costó recuperar, y el baile
incansable de mi vida, son sólo la muestra de que he aprendido a hacerme feliz
a mí misma por encima de cualquier otra cosa.
Por supuesto que después de ti vinieron otros y que llegará
el definitivo para enseñarme que tú tuviste que formar parte del pasado porque
con alguien tenía que aprender a querer, a desquerer, a volverme loca y a recuperar
la cordura, a acertar y a equivocarme.
No quiero llenar este folio de mentiras y por eso reconozco
que durante algún tiempo me cegó tanto el dolor que creí que te odiaba como
sólo se puede odiar a quien se ha amado tanto, pero era sólo un espejismo del
amor que aún te tenía. Un amor que fue incluso más largo que el dolor del olvido. También reconozco que tuve miedo a que la soledad se instalara en mi vida si
tú no estabas detrás de mis planes, detrás de mis tardes de paseo, detrás de mis
noches de pasión y detrás de mis domingos de invierno.
Nada que ver, cuando rompimos tuve que cambiar las rutinas a
las que tan acostumbrada estaba, pero jamás me sentí sola. Y por eso también te
doy las gracias, porque tuvimos que
separarnos para entender que éramos dos y que cada uno de nosotros se apoyaba
en unos pilares diferentes, pero igualmente sólidos. Sé que si lees esta
carta vas a acordarte solamente de lo bueno, de lo maravilloso, del cielo que
acariciamos juntos aquel tiempo que ahora parece tan lejano. Pero, amor, haz
balance, no te aferres al pasado y recuerda que sobrevivimos a tantas tormentas
que acabamos nadando a contracorriente, que
no nos entendíamos en los problemas más cotidianos y que rompimos la confianza
a fuerza de estirarla en tonterías.
Y que juntos aprendimos que los para siempre son un mar de incertidumbres, que los proyectos en común pueden ser tierra de nadie, que no todo lo que se perdona puede olvidarse, y que las cicatrices propias hay que amarlas, quererlas y respetarlas todos los días de la vida. Como aprendimos también a querer con todo el alma y a confiar en los ojos queridos, a soltar el lastre del miedo en vuelos para dos, a empatizar con las dudas ajenas, a pedir perdón y a valorar sin altares.
Seamos justos con nosotros mismos, aceptemos que no
merecíamos hacernos tanto daño siendo tan jóvenes, que sólo somos el recuerdo
de la pasión que nos tuvimos. Vamos a dejar de pasear por la esquina en la que
nos dimos el primer beso para intentar reproducir millones de veces aquella
sensación de triunfo, y vamos a salir a la calle a cumplir todos los proyectos
de los que tantas veces hablamos juntos, ahora por separado. Quiero verte dentro de algunos años como el
hombre triunfador del que me enamoré y que tú veas en mí la mujer entusiasta
que te cautivó.
Estas letras están cargadas de perdones, quédatelos todos, yo
ya les he dado uso. Y, sobre todo, sé feliz como si mi nombre jamás hubiera sido herida entre tus labios.