La noche que te conocí, te confesé que yo escribía a todas horas, tú me preguntaste sobre
qué, y yo sólo sonreí. Esa noche íbamos borrachos de ilusiones y todo eran
verdades. Ahora, bastante tiempo después de aquella noche, he escrito tanto
sobre ti que he querido mil veces que se me acabara la tinta para ver si así
desaparecías de mi vida. Esta es la historia de cómo empezaste a titular todos
mis versos y a protagonizar todas mis escenas de amor. Yo jamás deseé declararme mujer enamorada y, sin embargo lo estaba en la
primera sonrisa ladeada que me regalaste. Nunca soñé con colgar tu ropa en
mi armario, ni con comprar postre para dos los fines de semana para acostumbrarme
rápido a la rutina, antes indeseable, de manta, sofá y amor. Nunca quise que las
esperas se convirtieran en la frontera de mi cordura, ni encontrar en tus
abrazos el alivio para una preocupación que antes no existía. Yo quería proclamarme libre y cerrarme al
amor porque éste siempre me cerraba a mí la boca. Y volvió a pasar.
Tengo la boca cerrada a base de besos y las lágrimas desbordadas por las
mejillas que tanto acariciaste. Aquella noche me cambió la vida y te entregué la suerte para dejar crecer silvestres
las flores que tanto esperaron ser cortadas por ti. Fue la noche del vino,
de las rosas baratas de un vendedor ambulante, de las risas con sonrisa en ojos
cómplices, de las llamadas de atención y el baile para dos entre más de cuatrocientas
personas. Fue la noche en la que te
llamé aventura y busqué en el diccionario la palabra amor por si eran
sinónimos; y en ambas aparecía tu nombre. La noche que me enamoré de ti tú
no estabas; eras. Porque estar nunca estuviste,
porque lo que está, pasa de puntillas, no deja rastro, no huele. Tú esa noche fuiste y hoy he venido a confesarte
que esto es lo que escribo y, ahora que lo sabes, sólo espero que
amanezca de una vez en mi vida, que no seas excepción, ni tampoco regla, ni
inspiración, ni el muso eterno de mis mejores escritos. Que se haga de de día por fin en mis letras y no vuelva
nunca aquella noche en la que me preguntaste que escribía, y yo te sonreí, para
quedarnos indefinidamente colgados de esa sonrisa.
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