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jueves, 22 de septiembre de 2016

Eras, pero no estabas.


La noche que te conocí, te confesé que yo escribía a todas horas, tú me preguntaste sobre qué, y yo sólo sonreí. Esa noche íbamos borrachos de ilusiones y todo eran verdades. Ahora, bastante tiempo después de aquella noche, he escrito tanto sobre ti que he querido mil veces que se me acabara la tinta para ver si así desaparecías de mi vida. Esta es la historia de cómo empezaste a titular todos mis versos y a protagonizar todas mis escenas de amor. Yo jamás deseé declararme mujer enamorada y, sin embargo lo estaba en la primera sonrisa ladeada que me regalaste. Nunca soñé con colgar tu ropa en mi armario, ni con comprar postre para dos los fines de semana para acostumbrarme rápido a la rutina, antes indeseable, de manta, sofá y amor. Nunca quise que las esperas se convirtieran en la frontera de mi cordura, ni encontrar en tus abrazos el alivio para una preocupación que antes no existía. Yo quería proclamarme libre y cerrarme al amor porque éste siempre me cerraba a mí la boca. Y volvió a pasar. Tengo la boca cerrada a base de besos y las lágrimas desbordadas  por las mejillas que tanto acariciaste. Aquella noche me cambió la vida y te entregué la suerte para dejar crecer silvestres las flores que tanto esperaron ser cortadas por ti. Fue la noche del vino, de las rosas baratas de un vendedor ambulante, de las risas con sonrisa en ojos cómplices, de las llamadas de atención y el baile para dos entre más de cuatrocientas personas. Fue la noche en la que te llamé aventura y busqué en el diccionario la palabra amor por si eran sinónimos; y en ambas aparecía tu nombre. La noche que me enamoré de ti tú no estabas; eras. Porque estar nunca estuviste, porque lo que está, pasa de puntillas, no deja rastro, no huele. Tú esa noche fuiste y hoy he venido a confesarte que esto es lo que escribo y, ahora que lo sabes, sólo espero que amanezca de una vez en mi vida, que no seas excepción, ni tampoco regla, ni inspiración, ni el muso eterno de mis mejores escritos. Que se haga de de día por fin en mis letras y no vuelva nunca aquella noche en la que me preguntaste que escribía, y yo te sonreí, para quedarnos indefinidamente colgados de esa sonrisa.




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