"Te juro que cuando sonríe se acaba la pena en el mundo".
Y él, que nunca le ha escuchado hablar así de nadie más, le bromea y le discute. Pero después, cuando ve cómo cambia su gesto sólo con verla aparecer de lejos, se da cuenta de que ya es demasiado tarde para chistes, que su amigo, ese con el que tantas veces ha hablado de que el amor era sólo un invento de los centros comerciales, se ha enamorado de verdad. Y le molesta. Le molesta porque quizás no es la chica que más le conviene, porque llevan meses jugando al gato y al ratón por las callejuelas de la ciudad en la que antes sólo existían ellos dos en busca de diversión momentánea. Porque sabe, aunque él no quiera reconocérselo, que su amigo ya no es el que era. Que dice no cuando quiere decir sí, y que no hay una mentira tan mal contada como el: 'yo paso, tío'. Pero tú qué vas a pasar, si arrastras las pestañas por el suelo por donde ella camina, si nunca te habías reído con tanta fuerza como la noche en la que la conocimos.
Porque de eso sí se acuerda, la conocieron a la
vez. Una noche de tantas, una mujer de tantas, un revolcón entre tantos. Y, sin
embargo, no. Sin embargo su amigo quiso verla dormir, y empezó a hablar de ella
en términos reales. Reales de la mismísima realeza, porque la delicadeza con la
que contaba sus encuentros podrían haber impresionado a todos los expertos en
protocolo.
Pero cuando él la mira, la saluda o charla con
ella, no es capaz de entender qué ha vuelto tan loco a su amigo. No es la más
alta, ni la más llamativa, ni la más guapa. Qué va. De hecho nunca le ha
escuchado comentar nada de ella al respecto, es cuando menciona su alegría
cuando le cambia la cara, cuando dice
que a su lado se siente un súper héroe y que desea morder toda esa felicidad
que irradia. Luego vuelven los: 'yo paso, tío'. Y no la llama, no la
escribe, no le manda mensajes, se muerde la lengua, aprieta los puños y
contempla como esa mujer es capaz de desenvolverse tan bien en un mundo tan
difícil.
Y de ella, qué os voy a contar de ella, que también pasa, tanto como él, o más, pero que mientras pasa, va dejando un rastro de rimmel en las pistas de baile donde le gustaría que bailaran juntos, por si aún no se ha dado cuenta de que ella no quiere llamadas ni mensajes, que ella se hace grande con la sombra que le dan sus pestañas.
Su amigo ya no es el que era. Qué va. Y él lo sabe y se lo calla, porque no hace falta decir nada cuando puedes ver semejante espectáculo de fuegos artificiales entre las miradas de dos personas.
Y es que
ellos son la dinamita de esta historia.
(Imagen de la película "Rebelde sin causa").
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