Hubo
un tiempo en el que nos quisimos más de lo que está permitido. Era mediados de abril y la primavera
empezaba a florecer en tu sonrisa. Me mirabas como si el mundo entero
dependiera de mi voluntad, como si tuviera en los bolsillos la cura para todas las
soledades. Luego llegaron las mordidas de labios desde lejos, las comisuras
siempre torcidas, las miradas de reojo desde la otra acera, y el disimulo de
querernos sin presiones cada noche.
Ya
te digo que era abril, pero lo único que recuerdo es el calor que me abrasaba
cada vez que te veía, y es que en mi cuerpo era agosto cuando te tenía cerca, y
el Mediterráneo bañaba mi vida cada vez que me besabas. Hubo un tiempo en el
que nos quisimos, en el que no había conversaciones pendientes, ni palabras agolpadas
en la garganta. Sin embargo, ahora hay días en los que el Mediterráneo se me
acumula en los ojos y tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no
desbordarme. Hubo un tiempo en el que
nos quisimos y, sin dudas, fue el mejor tiempo de mi vida. Por eso no
entiendo cómo dejamos que se llenara de desconfianza la playa de nuestra historia;
nosotros que éramos la envidia de todos los románticos de la ciudad, que nos
convertimos en la inspiración de todos los cantautores enamorados. Dime, cómo
nos llenamos de reproches y de secretos compartidos con otros, si yo te lo dije
bien claro: amigos antes que amantes, mi
niño. Pero a ti se te olvidó, yo nunca te lo recordé y llegaron las
excusas. Las excusas que no son otra
cosa que mentiras disfrazadas de buena voluntad. Éramos tan jóvenes que
creímos estar en la posición de arreglarlo todo con un simple perdón, y no
reparamos en que la desconfianza te asfixia siempre, que el silencio separa más
que cualquier palabra. Dejamos que opinaran los románticos y ya no éramos ni tú
ni yo. Nos mirábamos, sí, pero con misterios sin resolver, con gritos en las
pestañas ahogados por la formalidad. Hubiera preferido que nos gritáramos e,
incluso, reventar los cristales si con ellos hubiera muerto la desconfianza.
Hubo un día en el que nos quisimos y no sabes
cuánto lamento que el paraíso fuera tan efímero y tan arrebatador. Que si se trata de querer, te digo que
sí, que el amor sigue creciendo a raudales en esta vida que un día te entregué,
que nadie ha ocupado un lugar que parece irremplazable desde que te fuiste,
pero que, sin embargo, no consigo juntar las piezas de aquella confianza ciega,
y por lo que se ve, tú tampoco. Ojalá pudiéramos ser los de antes mi niño,
porque si fuera posible olvidar lo que duele, créeme que ya hubiera tocado con mi varita mágica el tormento de nuestros
recuerdos.
- Foto de la película: Todos los días de mi vida.
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