Ven,
acércate. Cuéntame qué es de ti ahora. Sí, ahora, en presente. Dime cuántos de
los sueños que tenías en diciembre del año pasado se han hecho realidad este
año. Susúrrame al oído cuántos de tus miedos siguen acechándote antes de
dormir; que no se entere nadie, porque hay gente que se alimenta de los temores
ajenos. Cántame la canción que ha marcado estos últimos doce meses. Pero hazlo
a voz en grito, como si con cada letra pudieras ir soltando el lastre que a
veces cargamos en exceso. Confiésame qué minuto exacto te rompió de dolor, qué
día te abandonaste a la pena, a la desesperación o a la impotencia. Ten siempre
en cuenta que eres humano, que tu dolor es también parte de la vida. Recuérdame
lo de tus lágrimas, el sabor salado que arrastró aquella decepción y el dulce
triunfo que conoce quien llora de emoción. Hablemos sobre el orgullo que
aquella mañana fría, o quizá cálida, sintieron los tuyos al verte superarte un
poco más. Ven, cierra los ojos, ¿puedes recordar la ternura de aquella caricia
suave que te curó el corazón? ¿y el beso que te devolvió la ilusión? Da igual
lo que haya sido de aquellos protagonistas ahora, lo importante es que
estuviste allí para vivirlo, disfrutarlo
y sentirlo.
Ha
sido un año duro, ¿verdad? Hemos pasado noches sin dormir analizando un futuro que no llega, tratando de huir
de uno que corre demasiado deprisa o pensando en alguien que nunca ha querido
dejar de ser desvelo. Hemos trabajado durante jornadas maratonianas y hemos
estudiado hasta que nos dolían los codos, la cabeza y la desesperación. Hemos
pasado horas enteras mirando un calendario tratando de organizar todos los
componentes de nuestra vida en una vida
que a veces se nos queda corta. Una vida que, a veces, sólo nos pide descansar.
Pero no nos hemos rendido, estamos aquí por valientes, porque sabemos que intentarlo ya es un logro, que un reto es una oportunidad y un fracaso
una experiencia. Ven, abrázame. Como
abrazaste a aquella amiga una noche de reencuentros y observaste la emoción en
sus ojos después. Hemos conseguido reírnos con los que sabemos que también
estarán ahí si toca llorar. Cuéntame de nuevo lo de aquel viaje y sus anécdotas surrealistas, lo de sobrevivir
a base de macarrones o lo de llevarte ropa de primavera a una ciudad sin apenas
sol. Háblame de aquella persona que te ayudó a ser un poquito más libre, que te hizo ganar en seguridad y
te impulsó a conseguir tus metas.
Repíteme
eso de que nos estamos haciendo mayores, de que cada día eres más consciente de
que lo que importa no se pesa, ni se mide, ni se evalúa. Eso de que ahora sabes
que hay que aferrarse a las oportunidades con uñas y dientes, siempre y cuando
la oportunidad te haga un poco más feliz.
Ven,
escúchame. Ha pasado otro año, uno de los de risas, lágrimas y sonrisas. Otro de los de triunfos y
fracasos. De reencuentros y despedidas. Espero, de corazón, que el que viene
sea infinitamente mejor y, sobre todo, que venga lo que venga te encuentres
acompañado por personas que te apoyen y te quieran. Ya sé que a todos nos faltará alguien en la mesa las noches más señaladas y que toda ausencia es insustituible, pero trata de recordar todo lo que te dieron y todo lo que te quisieron para que su recuerdo aún te haga sonreír.
Ojalá que te sientas querido
siempre y en todo momento durante el 2018. Pero hasta que llegue, hasta que el
reloj de la Puerta del Sol marque las 12 campanadas y corras a festejar,
brindar y bailar, recuerda que te quedan 24 días para abrazar más fuerte a los
que te rodean, para hacer planes que te llenen de ilusión, para querer y dejar
que te quieran, para recibir mimos y romper a reír en carcajadas. Ahora que
parece que el año se va, pon en orden tus prioridades, confía en tus
capacidades y aprovecha tus circunstancias para elegir, decidir, arriesgarte y
ser feliz. Porque si algo tengo claro es
que lo importa no son los años, sino con quien lo compartas.
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