En
uno de los peores momentos de mi vida me di cuenta de que tenía dos vestidos nuevos
que no sabía cuando iba a estrenar, que guardaba para una fecha que, en una
remota posibilidad, podría no llegar nunca. No me malinterpretéis, este texto
no habla de tristeza ni de drama alguno; estas letras están destinadas a pediros,
por favor, que viváis. Que viváis cada día sintiendo la fortuna de estar vivos
y que tratéis de dejar una huella de bondad en el mundo. Quiero pediros que
descolguéis el teléfono y os reconciliéis con aquella amistad que se rompió por
una discusión cuyo motivo ya ni recuerdas. Que escribáis ese mensaje que dejáis
sin enviar cada Nochevieja, pero que esta vez lo hagáis llegar a su
destinatario. Que dejéis de sentiros ridículas por amar y comencéis a daros
cuenta de lo ridículo que es pensar que siempre habrá un futuro para decir te
quiero. Que salgáis a la calle y os enamoréis como locos, que nunca os olvidéis
de amaros a vosotros mismos. Que dejéis de besar bocas embusteras, cobardes, o
bocas que, simplemente, besáis por compromiso. Y que dejéis que la pasión
gobierne un poco más vuestra vida. Quiero pediros, también, que no pospongáis
más vuestros sueños, ni los más pequeños ni los más grandes. Que dejéis de
aplazar ese curso que tanto os interesa y fijéis de una vez la fecha para el
viaje a vuestro destino favorito. Qué quedéis de una vez con las personas importantes
para las que nunca hay tiempo, porque a veces pasa que deja de haber personas.
Que abracéis a vuestra madre y la hagáis saber que ella es todo lo que
necesitáis un día de tormenta. Por último, quiero pediros, que estrenéis todos los vestidos y zapatos de
vuestro armario, porque no hay mejor ocasión especial que el milagro de estar
vivos, ni mayor celebración que la de poder contarlo.
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