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jueves, 9 de febrero de 2017

El amor es una coincidencia.

A fin de cuentas, la vida es una coincidencia. O mejor dicho, la vida es el resultado de todas las coincidencias que se te presenten a lo largo del camino y la forma en la que las enfrentas. La mayoría de las cosas que forman tu día a día están formadas por leves coincidencias o majestuosas casualidades. La gente con la que coincides en el autobús. La chica que siempre va leyendo en tu línea de metro. La canción de la radio del coche que te recuerda a qué supo tu último beso. Aquel currículum que echaste por probar y resultó ser el trabajo de tu vida. La amiga con la que coincidías en vacaciones: una casa cerca, un lugar extraño, una edad próxima, y el catálogo más amplio de anécdotas a las espaldas. 
Y el amor. El amor de tu vida que no es otra cosa que la más afortunada de todas las coincidencias. Un cúmulo de casualidades diseñadas especialmente para atravesarte el alma. Una mirada fugaz, siete encontronazos con sonrisa cómplice, una fiesta, un concierto, o quizás un trabajo en común. El beso tan esperado que llegó la noche que menos lo esperabas. Las ganas de más. El más extraordinario de los milagros que le sucede a un mortal. Inevitable, irracional, vehemente, incontrolable y lleno de felicidad. El amor es una coincidencia. Un acto de entrega entre dos personas que se habían cruzado con unas doce mil cuatrocientas personas antes, que habían recorrido otros ojos, que habían besado otras bocas y habían hecho planes en otros futuros, hasta que llegó la coincidencia de sus vidas para arrasar con cualquier tipo de estrategia y enseñarles a amar. A los 18, a los 25 o a los 42, porque qué sabrá el amor de tiempos, de edades, ni de protocolos absurdos. Porque los cobardes se convierten en valientes, los precavidos en incautos y hasta los orgullosos ceden. Y por más que cierres los ojos, por más que mires para otro lado, para otra gente, y aunque cierres las puertas a la verdad: el amor siempre volverá a manifestarse en otra coincidencia, una de esas que te ponen el estómago del revés cuando te lo cruzas de lejos, cuando te sonríe de cerca.

Un día pasa, sin más. Te cruzas de casualidad por primera vez con el amor de tu vida, y ya sólo puedes desear que el resto de coincidencias consigan conjugarse siempre en un plural hecho para dos.



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