Léeme:

Siguenos en Blogger Siguenos en Facebook Síguenos en Twitter

miércoles, 17 de mayo de 2017

Nunca dejé de quererte.

No dejé de quererte el día en que me rompiste el corazón. No dejé de quererte el día en que te vi de la mano con otra, ni te quise siquiera un poco menos el día en que yo me entregué a los brazos de otro. No te dejé de amar porque me diera cuenta de que no merecías ni mi dolor ni mi pena, ni tampoco cuando descubrí que el problema estaba en que yo no podía solucionar lo que jamás me había pertenecido. No te hubiera abandonado por los rumores que me dejaron sorda y que hablaban sobre alguien que nunca fuiste tú conmigo. Qué sabrán ellos de tu abrazo, de tu debilidad, de la fuerza de tus pasiones, de la mirada sostenida rebosando amor. Así que no, tampoco por ellos te dejé de amar. No te quise menos la noche que bailé delante de ti con otro haciéndome la altiva para no mirarte; fingir indiferencia también es uno de los retos más difíciles que el amor me ha supuesto. Yo no sólo quería bailar contigo, yo quise hacer de lo nuestro el paso de baile definitivo para alcanzar el éxito, así que ésa noche, dentro de esa canción, te quise más que nunca. No te dejé de amar cuando mis amigas me dijeron que mirara siempre hacia delante y me olvidara de lo malo, precisamente porque ellas no podían entender la fuerza con la que yo me había mordido el labio antes de un beso de esos, denominados malos, y a la vez terriblemente perfectos. No se me rompió el amor de tanto usarlo en ninguna de las mañanas consecutivas en que me levanté pensando en ti, ni en ninguna de las noches de insomnio en que tu nombre rebotaba por mis paredes. Eso son tonterías, el amor de tanto usarlo se convierte en complicidad, es el roce hipócrita del cariño el que con el tiempo hace rozaduras. Y lo nuestro era amor, por eso no hay rozaduras si no cicatrices devastadoras colgando del escondite preferido de dos amantes. No te dejé de querer el día en que me propuse conocer a otros que merecían mucho más que tú cualquier minuto de atención, ni cuando me ilusioné con proyectos de futuro en los que tú no tenías cabida. Porque el resto de hombres pueden ser el plan de vida perfecto, el abrazo calmado, la atención desmedida, pero tú eras la propia vida dentro de mi vida y la expresión de felicidad más precisa que mi risa ha experimentado. No te dejé de querer en el transcurso de otros besos, porque aunque deberías salir perdedor en cualquier competición, lo cierto que lo que sentía por ti no tenía rivales.
Ya ves, mi niño, que no fue el tiempo, ni la distancia, ni las decepciones, ni el maldito silencio. Que no, que yo no te dejé de amar nunca, así que si no vuelvo es, únicamente, porque aprendí a amarme a mí misma.



No hay comentarios:

Publicar un comentario