No dejé de quererte el día en que me rompiste
el corazón. No dejé de quererte el día en que te vi de la mano con otra, ni te quise siquiera un poco menos el día
en que yo me entregué a los brazos de otro. No te dejé de amar porque me
diera cuenta de que no merecías ni mi dolor ni mi pena, ni tampoco cuando
descubrí que el problema estaba en que yo no podía solucionar lo que jamás me
había pertenecido. No te hubiera abandonado por los rumores que me dejaron
sorda y que hablaban sobre alguien que nunca fuiste tú conmigo. Qué sabrán ellos de tu abrazo, de tu
debilidad, de la fuerza de tus pasiones, de la mirada sostenida rebosando amor.
Así que no, tampoco por ellos te dejé de amar. No te quise menos la noche que
bailé delante de ti con otro haciéndome la altiva para no mirarte; fingir
indiferencia también es uno de los retos más difíciles que el amor me ha
supuesto. Yo no sólo quería bailar
contigo, yo quise hacer de lo nuestro el paso de baile definitivo para alcanzar
el éxito, así que ésa noche, dentro de esa canción, te quise más que nunca.
No te dejé de amar cuando mis amigas me dijeron que mirara siempre hacia
delante y me olvidara de lo malo, precisamente porque ellas no podían entender
la fuerza con la que yo me había mordido el labio antes de un beso de esos,
denominados malos, y a la vez terriblemente perfectos. No se me rompió el amor
de tanto usarlo en ninguna de las mañanas consecutivas en que me levanté
pensando en ti, ni en ninguna de las noches de insomnio en que tu nombre
rebotaba por mis paredes. Eso son tonterías, el amor de tanto usarlo se convierte en complicidad, es el roce
hipócrita del cariño el que con el tiempo hace rozaduras. Y lo nuestro era
amor, por eso no hay rozaduras si no cicatrices devastadoras colgando del
escondite preferido de dos amantes. No
te dejé de querer el día en que me propuse conocer a otros que merecían mucho
más que tú cualquier minuto de atención, ni cuando me ilusioné con proyectos de
futuro en los que tú no tenías cabida. Porque el resto de hombres
pueden ser el plan de vida perfecto, el abrazo calmado, la atención desmedida,
pero tú eras la propia vida dentro de mi vida y la expresión de felicidad más
precisa que mi risa ha experimentado. No te dejé de querer en el transcurso de
otros besos, porque aunque deberías salir perdedor en cualquier competición, lo
cierto que lo que sentía por ti no tenía rivales.
Ya ves, mi niño, que no fue el tiempo, ni la distancia, ni las decepciones, ni el maldito silencio. Que no, que yo no te dejé de amar nunca, así que si no vuelvo es, únicamente, porque aprendí a amarme a mí misma.
Ya ves, mi niño, que no fue el tiempo, ni la distancia, ni las decepciones, ni el maldito silencio. Que no, que yo no te dejé de amar nunca, así que si no vuelvo es, únicamente, porque aprendí a amarme a mí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario