Hoy he pensado que si algún día nos reencontramos y
dejamos que el amor fluya, habrá merecido la pena. Que si nos casamos delante
de todas las personas que nos quieren, si tenemos hijos que llevarán nuestro
propio nombre y que defenderemos con la misma fuerza arrolladora con la que
siempre nos hemos querido, también merecerá la pena. He pensado que si
conseguimos aquel balcón con flores que yo siempre soñé y una vida tranquila en
la que pueda despertarme 10 minutos antes que tú para verte dormir, merecerá la
pena. Que si logramos tener un desayuno entre risas y un beso fugaz en el
parking, con la seguridad de quien sabe que regresará a los mismos besos al
atardecer, habrá merecido la pena. He pensado que si alguna vez me abrazas al
llegar de trabajar para curarme del estrés y devolverme a la vida, habrá
merecido la pena. Que si algún día comemos en casa de tu madre y compruebo,
como tú me decías, que es la mejor persona del mundo, habrá merecido la pena.
Que si los besos en el cuello y los te quiero en el oído salen de la
clandestinidad de un callejón de madrugada para producirse a cualquier hora,
habrá merecido la pena. Que si alguna tarde de domingo, viendo una película, te
miro y te digo lo mucho que vales y tú me recuerdas lo mucho que te inspiro, habrá
merecido la pena. Que si conseguimos cambiar las madrugadas y el alcohol por
mañanas y café, habrá merecido la pena.
Pero que si nada de eso pasa, que si no nos
reencontramos, que si jamás volvemos a vernos, también, vida mía, habrá
merecido la pena. Que nadie se arrepiente de haber sido feliz, de haberse
sentido viva. Que no se debe renegar del amor que nace libre. Que fueron
doscientos trece besos, y que merecieron la alegría todos y cada uno de ellos.