A fin de cuentas, la vida es una coincidencia. O mejor dicho, la vida es el resultado de todas las coincidencias
que se te presenten a lo largo del camino y la forma en la que las enfrentas. La mayoría de las cosas que forman
tu día a día están formadas por leves coincidencias o majestuosas casualidades.
La gente con la que coincides en el autobús. La chica que siempre va leyendo en
tu línea de metro. La canción de la radio del coche que te recuerda a qué supo
tu último beso. Aquel currículum que echaste por probar y resultó ser el
trabajo de tu vida. La amiga con la que coincidías en vacaciones: una casa
cerca, un lugar extraño, una edad próxima, y el catálogo más amplio de
anécdotas a las espaldas.
Y el amor. El
amor de tu vida que no es otra cosa que la más afortunada de todas las
coincidencias. Un cúmulo de casualidades diseñadas especialmente para
atravesarte el alma. Una mirada fugaz, siete encontronazos con sonrisa
cómplice, una fiesta, un concierto, o quizás un trabajo en común. El beso tan
esperado que llegó la noche que menos lo esperabas. Las ganas de más. El más extraordinario de los milagros que
le sucede a un mortal. Inevitable, irracional, vehemente, incontrolable y
lleno de felicidad. El
amor es una coincidencia. Un acto de entrega entre dos personas que se habían
cruzado con unas doce mil cuatrocientas personas antes, que habían recorrido
otros ojos, que habían besado otras bocas y habían hecho planes en otros
futuros, hasta que llegó la coincidencia de sus vidas para arrasar con
cualquier tipo de estrategia y enseñarles a amar. A los 18, a los 25 o a los
42, porque qué sabrá el amor de tiempos, de edades, ni de protocolos absurdos. Porque los cobardes se convierten en valientes, los precavidos en incautos y hasta los orgullosos ceden. Y por más que cierres los ojos, por más que mires para otro lado, para otra gente, y aunque cierres las puertas a la verdad: el amor siempre volverá a manifestarse en otra coincidencia, una de esas que te ponen el estómago del revés cuando te lo cruzas de lejos, cuando te sonríe de cerca.
Un día pasa, sin más. Te cruzas de
casualidad por primera vez con el amor de tu vida, y ya sólo puedes desear que
el resto de coincidencias consigan conjugarse siempre en un plural hecho para dos.
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