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jueves, 1 de junio de 2017

Resiliencia.

Qué difícil a veces la vida. Qué difíciles las circunstancias cuando se ponen en tu contra. Qué difíciles las salas de espera de los hospitales. Y las salas de espera de los aeropuertos. Qué difíciles las despedidas antes de tomar un vuelo que cruza el charco. En general, qué difíciles todas las despedidas. O, peor aún, qué difíciles las personas que te dicen adiós mil veces y no terminan nunca de irse del todo, porque no saben quedarse, pero tampoco dejar ir. Qué difícil el miedo a las situaciones incontrolables. Qué difíciles los complejos y esa puñetera manía de creer que debemos ser perfectos. Qué difícil el rechazo y la decepción. Qué difíciles las infidelidades y las deslealtades, las puñaladas traicioneras por la espalda, los chismes de los corrillos. Qué difíciles los ridículos, los errores, y, sobre todo, qué difícil convivir con la culpa y el reproche. Qué difícil el amor cuando no es amor, cuando se maquilla con aniversarios pero duele cada día de la rutina. Qué difíciles las relaciones de dependencia emocional, los tiras y afloja, el cariño por costumbre y las presiones sociales. Qué difícil decir adiós con la mejor de tus sonrisas para correr a hundirte en lágrimas. Qué difícil enamorarse y no ser correspondido, pero también, qué difícil no ser capaz de querer a quién más lo merece. Tú, que te enamoraste un día de quien menos lo mereció. Qué difíciles los suspensos después del sacrificio, la sensación de derrota, las entrevistas de las que jamás recibiste respuesta, los despidos sin explicación. Qué difícil asumir la vejez de tus abuelos, verles perder fuerza, querer inútilmente regalarles juventud. Qué difícil ver las noticias por la mañana y soportar la pena, la rabia y el miedo. Qué difícil vivir sin la paz universal, con el dolor de otras personas, con cualquier discriminación, con la pobreza y la exclusión. Qué difícil la palabra enfermedad y los severos tratamientos para mantenerte a este lado de la batalla. Qué difícil escribir en anónimo cuando quiero abrazar vuestra amabilidad. Qué difícil aceptar lo mucho que te perdiste por alguien y qué difícil fue volverte a encontrar. Qué difícil la vida y su sensación de tormenta, que todo lo tambalea y lo pone del revés. Qué difícil aferrarse con uñas y dientes cuando apenas tienes fuerzas. Qué difíciles los malditos mensajes positivos los días que sólo quieres llorar sin justificarte, hacer uso de tu derecho a estar mal y protestar. Qué difícil convivir con el postureo, vender constantemente esa falsa apariencia de euforia y perfección.
Pero qué bonito el abrazo amigo, los ojos compañeros en los que perderte, la gente que te va apoyar sin cansancio, y que si hace falta, hasta andará por ti. Y qué bonita la palabra resiliencia y la capacidad de hacer frente a las adversidades, pese al dolor. Qué bonita la solidaridad en cualquier rincón del mundo, el amor sin condiciones, el respeto y la bondad. Qué bonito superarte cada día, aprender de los errores, valorar lo que tienes mientras lo tienes y agradecerlo después. Qué bonito aceptar nuestras limitaciones, intentar mejorar y hacer de nuestro pequeño rincón del mundo un lugar mejor. Qué bonito experimentar, enamorarse y entregarse a una nueva ilusión. Qué bonito saber que cada día es un regalo, que siempre merece la pena volverlo a intentar, que habrá manos extendidas si te vuelves a tropezar.


A pesar de todo, qué bonita la vida. Joder, qué bonita. 

                            

2 comentarios:

  1. Sí que es bonita,sí. Y cuántas veces no la disfrutamos por cosas que tienen solución. Me ha encantado tu escrito. Precioso!!

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    1. Muchas gracias por pasarte. Es cierto que muchas veces no reparamos en lo que tenemos por obsesionarnos con lo que no funciona, pero cada etapa tiene altos y bajos. Un abrazo!

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