Charles Bukowsky dijo una vez una frase con
la que me siento plenamente identificada: “Escribir
sobre las cosas me ha permitido soportarlas”.
Así de breve, sin adornos, sin florituras,
sin excusas ni justificaciones. En mi opinión, la
escritura no es, ni más ni menos, que un método más de supervivencia.
Especialmente para aquellos a los que se nos atragantan las palabras en la
garganta y los sentimientos se nos transforman en un nudo en el estómago.
Mirad, yo no soy nada más que un ser humano corriente; todo lo corriente que puede ser alguien que exprime cada día sabiendo
que este premio tiene fecha de caducidad, que se ha enamorado hasta acariciar
el cielo con la yema de los dedos y ha sentido después como todo el peso de su cuerpo se
estampaba contra el suelo por un golpe de realidad. Una persona que se ha equivocado mucho a fuerza de
intentarlo con ganas, que ha llorado de rabia más veces que de pena, y que echa
de menos a algunas personas con el desarraigo propio de quien se ha criado
entre abrazos que ya no están.
Escribo de todo eso porque me duele y me ilusiona a partes iguales, y escribo también de algunas
experiencias más que nada tienen que ver conmigo. Del amor en los ojos de una
amiga, de la pena en la risa de un compañero, de la ilusión en la barriga de
mis hermanos, del llanto de felicidad de mi madre, o de la primera palabra de mi sobrina. Escribo, incluso, de una pareja que se cruza conmigo, de una película que me inspira, de una
canción que me eriza el vello, o de una discusión que me altera los nervios. Escribo
de todo eso porque, aunque no todo sea mío, lo siento en mi piel, en mi mirada,
en mi olfato y en mi oído, cuando el silencio de una tarde de invierno se rompe con el precioso sonido de
una carcajada.
Escribo
porque no concibo otra forma más completa de querer, de quererme a mí misma, de
enamorarme y de ser amada, que la de escribir.
Porque si algún día alguien me dijera que ha escrito sobre mí, aunque en sus
letras hubiera nostalgia, quizás alguna decepción, tal vez amor, comprendería lo
importante, lo sumamente especial, que he sido para esa persona durante un
momento puntual, quién sabe si eterno, de su vida. Escribo porque me emociona el arte escrito, pintado, escuchado y me emociona vivir a cada hora, a cada minuto, en cada grito, en cada silencio
y en cada gota de sudor del cansancio por alcanzar un sueño. Me emociona vivir, y escribir es la manera
más adecuada que encuentro para dejar constancia de que yo estuve viva en la plena
concepción de la palabra, con los triunfos y los fracasos que eso supone.
Viva, joder, ¿puede haber mayor regalo que ése?
Por eso, cuando un día me decidí a abrir un blog y enseñar al resto del mundo que yo escribía de cosas tan sencillas, y a la vez tan extraordinarias, como un simple beso o una mirada furtiva, cosas como enamorarme, abrazarme al olor del ser amado, cumplir retos, caerme y levantarme, jamás esperaba que ese mundo, que fue creciendo de manera tan progresiva y tan cálida, me correspondiera con un amor tan infinito. Que me hicieran saber que ellos también
habían visto la chispa en los ojos cómplices, y habían querido, errado, llorado,
reído, y amado, hasta caer exhaustos. Ese mundo que me transmite cada día que han sido capaces de resucitar todos esos
sentimientos en mis letras, revivirlos con una lectura… y ya sólo me queda pensar que qué suerte la mía, por hacerme partícipe de un espacio tan confortable.

Soy yo la que tiene que dar las gracias por
eso, porque yo llevo escribiendo desde que supe hacerlo, y no escribí jamás porque mi padre se sintiera
orgulloso, porque mi abuela me leyera, porque mi hermana supiera que la quiero
a horrores, porque él supiera que le he amado con una fuerza arrolladora,
porque mis amigas se sientan identificadas con mis letras, o porque aquel otro
se entere de que agradezco enormemente la lección que grabó en mi vida. No. Y
eso que a todos les he querido con el alma entera y que, gracias a ellos, y a
lo que me han hecho sentir, escribo. Pero no por ellos. Ni por ellos, ni por
una fama efímera, (ojalá siempre anónima de pura timidez) ni por las miles
de personas que me leen y se sienten identificadas, y a las cuales les agradezco
cada día la paciencia y el aliento. Pero, tampoco escribo por ellos.
Yo
escribo, simple y exclusivamente, para mí. Por mí. Porque escribir me hace
poner en orden la cabeza, sopesar los sentimientos y descubrirme humana,
frágil, imperfecta y real. Porque escribir es un remiendo cuando tengo el alma
rota, un salvavidas cuando se me ahogan los motivos en un mar de dudas, y una
celebración con brindis cuando la felicidad me atraviesa tanto la vida que no
sé si reír o llorar.
Y, en
todas esas ocasiones, como no sé lo qué hacer, como a veces me cuesta decirlo
con voz, como otras tantas peco de orgullosa, de tímida, de demasiado prudente,
o de excesivamente obstinada, yo le pongo letras. Cojo un papel en blanco y lo
lleno de tachones y de palabras y me doy cuenta
que, en realidad, la vida es eso, que para mí escribir es la vida y que no sé
vivirla de otra forma.

¡GRACIAS, A VOSOTROS!
Hola Julita, por llamarte de alguna manera claro. No se quien eres pero tus palabras han reflejado gran parte de mi personalidad y me ha emocionada la forma en que lo has transmitido. No conocía la frase de Bukowsky y nada más leerla he dicho, esta entrada la tengo que leer, esto promete.
ResponderEliminar"Yo escribo, simple y exclusivamente, para mí. Por mí. Porque escribir me hace poner en orden la cabeza, sopesar los sentimientos y descubrirme humana, frágil, imperfecta y real. Porque escribir es un remiendo cuando tengo el alma rota, un salvavidas cuando se me ahogan los motivos en un mar de dudas, y una celebración con brindis cuando la felicidad me atraviesa tanto la vida que no sé si reír o llorar." cuanta verdad!!!
¡Hola Unknown! Muchísimas gracias por tus palabras, me alegra mucho que te haya gustado y, sobre todo, que te hayas emocionado en algún punto del texto. Espero que sigas pasándote por aquí, un abrazo enorme! :)
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